1. Contexto histórico 20N
Hoy, 20 de noviembre, se cumplen 44 años de la muerte del dictador Francisco Franco y, como cada año, nostálgicos del franquismo y fascistas de nuevo cuño celebran homenajes y hacen apología de la dictadura con total impunidad.
La muerte del dictador dio paso a una transición que no fue sino una reforma del régimen donde los altos cargos y las instituciones franquistas se lavaron la cara y amanecieron como «demócratas de toda la vida».
A pesar de los años que han pasado, Franco seguía gozando de un reconocimiento inaudito en un mausoleo fascista. Sólo un régimen levantado sobre el silencio y el olvido como el del 78 explica que tuvieran que pasar 44 largos años para atajar esa situación. Y que además lo hiciese un gobierno del PSOE con un tratamiento institucional y mediático vergonzoso, permitiendo las explícitas muestras de reconocimiento y exaltación hacia la figura del dictador y hacia el franquismo,-donde no faltaron el golpista Tejero o banderas y cánticos fascistas sin ninguna consecuencia judicial o penal-, con la consiguiente humillación a sus víctimas.
No menos lamentable es el hecho de que los restos del dictador reposen en un panteón pagado con dinero público, mientras miles de víctimas del franquismo siguen en las cunetas. O que el mausoleo continúe acogiendo al fundador de Falange, Primo de Rivera, ya que el gobierno del PSOE lo quiere hacer pasar por «víctima de la guerra civil».
En cualquier caso la exhumación de Franco del Valle de Cuelgamuros es una medida insuficiente, en un país en el que ni siquiera a día de hoy se aplica en muchos lugares la Ley de Memoria Histórica, lugares donde pervive la simbología fascista.
Por estas y otras razones, este día el antifascismo ha salido a la calle históricamente año tras año a lo largo y ancho del Estado, en un ejercicio de denuncia de la herencia franquista del régimen del 78 y de memoria histórica y dignidad antifascista para con las víctimas y represaliados de la dictadura franquista y el neofascismo.
2. El auge del fascismo hoy
Y es que todavía son muchos y graves los signos que ponen de manifiesto esa herencia del franquismo institucional y sociológico en el régimen del 78 que han pervivido hasta nuestros días reformulados bajo el adjetivo de «constitucional», sin los cuales no se puede entender la irrupción y el auge de una ultraderecha española que ha surgido de las entrañas y el discurso de una derecha tradicional que nunca condenó el Franquismo.
En primer lugar, una concepción esencialista, nacionalista reaccionaria y excluyente de la idea de España, que niega todo debate sobre el modelo de Estado y el encaje territorial, asimila la bandera de un régimen a la única posible y la utiliza para dictar quien es un buen o mal ciudadano.
Esta concepción coloca la Constitución y la ley como dogma de fe, como un límite infranqueable, incuestionable, por encima de los más elementales derechos civiles y libertades.
En segundo lugar, aquella máxima franquista de tratar los conflictos políticos y sociales como simples problemas de orden público, que tanto recuerda a la vieja «ley de vagos y maleantes», para responder con la represión como único recurso, como ha sucedido, una vez más, en Cataluña.
La ultraderecha odia toda anomalía, toda disidencia, toda muestra de desobediencia, de organización social y poder popular. Todo el que protesta y resiste es deshumanizado, convertido en un «vándalo», un «delincuente», un «sedicioso» o en el peor de los casos un «terrorista», susceptible de ser ilegalizado o encarcelado.
No es posible hablar de este contexto social ignorando el caldo de cultivo, especialmente a nivel europeo, pero también a nivel internacional, donde se ha podido ver un auge de movimientos ultraderechistas de corte fascista o incluso neonazi con presencia en los Parlamentos de sus países o incluso en el gobierno, que mantienen contacto y comparten agenda, asesores y estrategias comunicativas comunes.
Vox se ha movido como pez en el agua utilizando los consensos antidemocráticos y represivos que el régimen del 78 ha inoculado durante décadas en una buena parte de la sociedad y sólo ha tenido que llevar un poco más allá el discurso y propuestas de los partidos del régimen. Donde PP y Ciudadanos decían recentralización y reducción de competencias a las autonomías, Vox decía supresión e ilegalización de partidos. Donde el PSOE defendía las vallas con concertinas y las actuaciones criminales contra personas migrantes como los disparos de la Guardia Civil en el Tarajal que se cobraron la vida de 14 personas migrantes, Vox iba más allá y decía: más muros, más expulsiones. Donde grupos ultraconservadores afines al PP como Hazte Oír paseaban autobuses con lemas como «stop feminazis» o contra las personas LGTBI, Vox hoy se atreve a negar públicamente en actos institucionales la existencia de la violencia de género y plantea suprimir el derecho al aborto de la sanidad pública y derogar la Ley de Igualdad LGTBI.
En este sentido, tenemos que decir alto y claro que no compartimos la sorpresa y estupor por el ascenso electoral de la ultraderecha, pues sólo quien haya permanecido ciego y sordo, de espaldas a la realidad, puede no haber identificado los signos evidentes y preocupantes del clima de fascistización en las declaraciones y medidas del gobierno, los partidos, los medios de comunicación y la calle en los últimos meses.
Es preciso dar cuenta de la notable diferencia que supone pasar de una situación en la que la ultraderecha ya existía movilizada dentro del PP, pero avergonzada de mostrarse abiertamente, a un escenario en el que no sólo tiene su propia expresión política ultra si no que integra en sus listas excandidatos de la extrema derecha tradicional. Como Fuerza Nueva o Democracia Nacional, que ahora tendrán presencia en el Parlamento. Esta ultraderecha se encuentra legitimada mediática e institucionalmente y envalentonada, con un discurso y programa coincidente en parte con la nueva ultraderecha europea. Pues no hay que perder de vista que existe un contexto a nivel europeo, e internacional, de auge de movimientos ultraderechistas de corte fascista o incluso neonazi con presencia en los Parlamentos de sus países o incluso en el gobierno, que mantienen contacto y comparten agenda, asesores y estrategias comunicativas comunes.
Al respecto del caso español, hay que señalar la responsabilidad de aquellos que han contribuido de forma entusiasta, en algunos casos, de forma velada en otros, y por intereses inconfesables otros más, a esta situación. Por un lado los grandes grupos mediáticos, que diariamente contribuyen a generar alarma social, reforzar prejuicios, criminalizar la protesta social, manipular, ceder tribunas, blanquear y normalizar a los líderes ultraderechistas y su discurso de odio y sus mentiras en prime time. Por otro los partidos políticos del régimen. Unos han azuzado el nacionalismo español y el «a por ellos» y, en definitiva, han condicionado su discurso y programa a la agenda fascista, reconociéndoles como interlocutores y pactando con ellos.
Por su parte otros han actuado de forma oportunista y electoralista, utilizando el miedo a Vox para sus objetivos partidistas y de régimen, consiguiendo finalmente reforzarlos institucional y electoralmente. Queremos responsabilizarles a todos ellos del clima de derechización que ha contribuido a que aumenten en la calle crímenes de odio: hemos visto a grupos neonazis atacar a movilizaciones que denunciaban la sentencia y represión en Cataluña; agresiones racistas a menores inmigrantes; pintadas y ataques a centros para la igualdad como en Fuenlabrada, a locales feministas como el de Pikara en Bilbao, a locales de ocio como una discoteca LGTBI en Jerez, etc… o sin ir más lejos, aquí en Valladolid donde se ha visto un claro incremento en pintadas con esvásticas nazis o el yugo y las flechas falangistas en los carteles de colectivos locales.
3. Frente a todo eso:
Ante estos gravísimos hechos queremos poner de manifiesto varias cuestiones.
1. Alertar de la actualidad de la amenaza del fascismo institucional, por muy disfrazado de «constitucionalismo» que se presente.
2. Aclarar que los señalamientos de la ultraderecha institucional y las agresiones del fascismo callejero son expresión de una misma ideología criminal. Los segundos avanzan parapetados en la normalización de los primeros.
3. Ante esto, hacemos nuestra la tradición y experiencia de lucha del movimiento antifascista y tomamos buena nota de algunas de las nuevas prácticas de esta ultraderecha para combatirla efectivamente en todos los ámbitos.
4. Que no nos asustan, ni nos van a callar, que nos tendrán enfrente, que somos muchas más, que no hay lugar para el miedo, que vamos a salir a la calle contra quienes quieren acabar con los derechos y libertades.
5. Que sólo la solidaridad y la organización popular son determinantes para frenarlos. No perdamos ni un minuto, reforcemos la militancia en centros de trabajo, de estudio, en los barrios, en los centros sociales y fortalezcamos los lazos y el tejido social.
FRENTE A SU ODIO, NUESTRA SOLIDARIDAD
FRENTE A SU XENOFOBIA, SOLIDARIDAD
FRENTE A SU MACHISMO, SOLIDARIDAD