Hay algo mucho peor que servir a los intereses de los explotadores del mundo. Y es no tener el valor suficiente para llamar a las cosas por su nombre, para admitir lo que somos y lo que hacemos, para reconocer el papel que representamos. La vergüenza de intentar aparentar algo mucho más legítimo y honrado de lo que en realidad hacemos. Ese papel lo representa fielmente CGT todos los días, y no hablamos de las personas, sino de la trayectoria consumada y contrastada de esta organización. CGT es el resultado del intento más burdo del poder por destruir la CNT.
Demasiados años llevamos desenmascarando la falacia y desfachatez de los sindicatos de Estado CC.OO., y UGT, de los sindicatos amarillos, corporativos y demás. Ninguno de ellos debería llamarse sindicato ni organización obrera, pues su acción es contraria a los intereses de los tr
abajadores/as y favorable a la patronal y el estado, enemigos declarados del movimiento obrero. Pero al menos esas organizaciones lucrativas (en definitiva empresas de servicios sindicales) no tienen el cinismo de proclamarse anarcosindicalistas. Es hora de poner las cosas en su sitio.
El intento de aniquilar CNT mediante su “institucionalización” empieza recién llegada la transición. El ministro fascista Martín Villa invita oficialmente al afamado anarquista Abad de Santillán para que «reorganice» la CNT tras dos años de crecimiento confederal. Y seguidamente ofrecen todo tipo de beneficios al sindicato si éste se institucionaliza, se convierte en fiel servidor del sistema, y olvida para siempre su carácter revolucionario. A continuación la estrategia del poder pasa por la máxima infiltración en los Comités de la Confederación, desconociendo que el poder de ésta radica en la capacidad de decisión de sus asambleas, mientras que los Comités son solo instrumentos al servicio de ellas. Uno de los primeros órganos infiltrados será la Comisión Regional de Cataluña. Y su primera manipulación, una campaña junto a UGT, USO y la SOC catalana para establecer un “frente sindical” y frenar a CC.OO.
Pero en todo momento las bases del sindicato echan por tierra los planes reformistas de Martín Villa y sus acólitos infiltrados, como se demuestra en el boicot a las jornadas de movilización convocadas por la COS (Coordinadora de Organizaciones Sindicales) o el tremendo trabajo de solidaridad con la huelga de Roca de Gavá en 1976. Tras ello vino la estrategia policial, de represión y detenciones. Pero la movilización anarcosindicalista no se detiene: el mitin de San Sebastián de los Reyes, la legalización, las Jornadas Libertarias Internacionales de Barcelona, los mítines de Valencia y Montjuich y la huelga de gasolineras en Cataluña son algunos ejemplos de la frenética actividad de relanzamiento que desarrolla CNT en esos momentos.
En 1977 la CNT es la única organización sindical que se niega a firmar los Pactos de la Moncloa, una estrategia para integrar a los sindicatos en el juego político y acabar para siempre con el sindicalismo revolucionario y asambleario. La CNT, fiel a sus principios, rechaza participar de las elecciones sindicales, comités de empresa, subvenciones, liberados y un largo etc. de privilegios que el estado ofreció a todos aquellos que bajaran la cabeza ante el «pacto social», aceptando poner además punto final a la «conciliación» social tras la guerra civil y los 40 años de dictadura. Más tarde, ante la negativa de la CNT a doblar su rodilla, los instrumentos del gobierno (primero UCD y después PSOE) ponen en marcha todos sus recursos para desarticular la CNT a cualquier precio. En 1978 la Brigada Político Social organiza el atentado de la sala Scala e intenta inculpar a la CNT.
La estrategia de infiltrar los Comités no tiene éxito, gracias a la horizontalidad del sindicato. Por eso la siguiente maniobra es organizar reuniones “paralelas” de determinados afiliados de los sindicatos que son absolutamente inorgánicas. Esto provoca la expulsión de muchos afiliados por no respetar los acuerdos y la orgánica de la Confederación. Pero la estrategia del poder ya era evidente: romper la CNT provocando una inevitable escisión.
En este contexto comienza en 1979 en Madrid el V Congreso de la CNT En este congreso, el 90% de los 750 sindicatos federados ratifican los principios, tácticas y fines del anarcosindicalismo. Se rechaza frontalmente todo colaboracionismo con el Estado, los comités de empresa, las subvenciones y todo planteamiento que contradiga los principios básicos de autogestión, acción directa, horizontalidad y apoyo mutuo. Literalmente en el acta del V Congreso se puede leer:
“Las elecciones sindicales suponen la implantación del método parlamentario burgués en el ámbito de la empresa, impuestas por el Gobierno con el apoyo de las centrales sindicales colaboracionistas.”
Durante el Congreso algunos delegados/as continúan con las reuniones “paralelas”, ante la imposibilidad de imponer sus criterios al resto de la organización. Dichos delegados llegaron incluso a falsear los acuerdos de sus sindicatos para lograr su objetivo. De esta forma, tras los acuerdos adoptados, 53 delegados (de un total de 500), el sector reformista, decide abandonar libremente la Confederación con el objeto de poder atacarla desde fuera. Las dudas sobre la transparencia y democraticidad del Congreso no tienen fundamento alguno, pues los delegados “escisionistas” formaron parte de las Comisiones, Mesas y debates de las sesiones. Gozaron de su voto proporcional como cualquier sindicato, e incluso tuvieron su propio candidato a Secretario General. Todo ello no solo está recogido en las actas, sino también en más de cien horas de filmaciones en vídeo.
Los acontecimientos de después hablan por sí solos. Los medios de comunicación burgueses dan total publicidad al grupo escindido. El gobierno les proporciona ayuda administrativa y económica, con lo que pueden celebrar el Congreso de Valencia, donde ratifican su reformismo y rechazan el comunismo libertario. En marzo de 1980 la CNT se reúne en Conferencia de Sindicatos en Barcelona y denuncia el montaje escisionista a la vez que ratifica los acuerdos del V Congreso.
Pero aún quedan en los Comités de CNT elementos que pretenden manipular la organización y dirigirla a su antojo. El Secretario del Comité Nacional José Bondía mantiene una reunión secreta con Alfonso Guerra negociando una auténtica oferta de compra de la CNT. Todo resulta inútil para ellos, pues la horizontalidad de la CNT permite a los sindicatos desarticular todo intento de manipulación jerárquica. Como consecuencia se convoca el Congreso Extraordinario de Torrejón en marzo de 1983 (continuación del VI Congreso de Barcelona), donde de nuevo se ratifican los acuerdos y principios del V Congreso. Tras ello, 26 sindicatos abandonan la Confederación.
Escindidos y expulsados convocan el “Congreso de Reunificación” en 1984. Gracias al dinero recibido del estado, iglesia y demás poderes fácticos (de otra manera hubiera sido imposible, pues era una organización sin recursos), pueden realizarlo en el Palacio de Congresos de Madrid, protegidos por la Policía (que ayuda a revisar las credenciales) ante la concentración que fuera realizan los militantes de CNT. Todo ello está reflejado en un acta notarial que CNT levantó para dejar constancia.
Tras ello vino la pugna por las siglas. No solo abandonaron por su cuenta CNT, sino que pretendieron llevarse con ellos el nombre y la historia del sindicato. La pretensión es tan repugnante que hasta el colectivo de presos libertarios de Carabanchel declaró estar dispuesto a realizar una huelga de hambre hasta la muerte si se intentaba arrebatar a la CNT su identidad. El litigio lo resuelve la despreciable justicia burguesa, proceso al que se llega de la misma forma que cuando se lucha contra un patrón por la readmisión de un trabajador despedido. Pero la CNT nunca hubiera abandonado su identidad aunque hubiera tenido que volver a la clandestinidad.
No pueden existir ya dudas de que la escisión fue protagonizada por una pequeña minoría de la Confederación. No existen dudas de que abandonaron por no aceptar las reglas y acuerdos de la mayoría que deseaba seguir fiel a los principios y finalidades. Desde entonces, llamándose ya CGT, este grupillo aceptó todo el juego político y jerárquico: elecciones sindicales, comités de empresa, subvenciones estatales, cursos de formación, liberados… y todas las prácticas repulsivas que todos los días traicionan a los trabajadores. Hasta hoy ese ha sido su camino.
La anarquía es, entre otras cosas, ausencia de jerarquías. La CGT pretende llamarse anarcosindicalista sin creer en los principios del anarquismo. Los comités de empresa son estructuras jerárquicas, pues unos pocos deciden por muchos otros. Los liberados son privilegiados respecto del resto de trabajadores. Las elecciones sindicales son la misma farsa estatal pero a una escala distinta. Recibir subvenciones significa venderse, pues nadie muerde la mano del que le da de comer. Se le puede dar las vueltas que se quiera, pero todo ello va en contra del anarcosindicalismo. No solo lo decimos nosotros/as; la AIT lo deja muy claro en sus estatutos. Jamás un pseudosindicato como CGT podría entrar en la Internacional Anarcosindicalista.
La desfachatez de esta organización ha llegado al punto de que recientemente han reclamado al Estado la devolución de 114 propiedades de CNT incautadas durante la Guerra Civil y la dictadura. Su vergüenza no tiene límites. Su comportamiento le priva de toda dignidad para teñir de rojo y negro sus emblemas.
La unidad anarcosindicalista es una falacia. Los anarcosindicalistas siempre han estado unidos, pues nunca han tenido miedo a la horizontalidad de las decisiones. Nunca perdimos esa unidad. No puede haber entendimiento posible con quien se vende al estado y al patrón. Quien quiera llamarse anarcosindicalista, que lo ponga en práctica todos los días, y si no, que acepte su papel y condición de ruin servidor del estado.
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