Análisis del asesinato racial a principios de año y la rebelión desatada durante los días siguientes con la participación de los anarquistas en las protestas.
«Siento que mi coche fuera quemado, pero la causa es muy triste.» Ken Epstein, ayudante del editor de Oackland Post, que estaba terminando un artículo sobre la muerte de Grant, vio desde el 12º piso de su oficina entre la 14 y la calle Franklin cómo su Honda CR-V del 2002 se desintegraba en un mar de llamas.
El asesinato de Oscar Grant por el agente de policía de la BART (Bay Area Rapid Transit) Johannes Mehserle a comienzos de la mañana del día de Año Nuevo trajo una oleada de dolor a toda la Bay Area (la Bahía de San Francisco) y recordó a todos ese racismo y violencia policial que siguen siendo componentes endémicos de la sociedad de los EE.UU.. Durante los días siguientes, este dolor se transformó en una ira desbordante cuando se comenzaron a difundir en internet y en los medios múltiples videos grabados por testigos del hecho. Una semana más tarde del 7 de enero, más de mil personas de distintas comunidades de toda Oackland y del Bay Area se juntaron para mostrar su enfado y estar en presencia de otra gente que sentía lo mismo.
Esta manifestación casi sin planearlo, cerró la comisaría de policía de Fruitvale donde tuvo lugar el crimen, cuando orador tras orador se iban dirigiendo a la multitud. Sin ningún plan u organización, la gran mayoría de los que estuvieron escuchando pacientemente a los oradores por más de dos horas llevaron la manifestación a las calles con un una marcha combativa que se dirigió al centro de la ciudad cuando el sol se ponía.
Cuando la marcha llegó a la comisaría de Lake Merritt y el cuartel de la policía en el centro, comenzaron inmediatamente los enfrentamientos dejando una furgoneta de la policía destrozada junto con un container ardiendo. Los manifestantes se dispersaron por las calles cuando se oían las armas de la policía descargar y el aroma del gas lacrimógeno en el aire. Las horas siguientes fueron testigo de oleadas de disturbios y manifestaciones en todo el centro de Oackland que llegaron a forzar al alcalde Ron Dellums a salir a la calle y prometer la apertura de una investigación por homicidio en un fallido intento de calmar a la enfurecida multitud. Al día siguiente, una junta de dirección de la policía se vio sobrepasada más allá de su capacidad con miembros de la comunidad expresando su rabia indignada, sintiéndose claramente respaldados y animados a hablar por la rebelión de la noche anterior.
En los días siguientes al suceso, comenzaron a circular rumores de que los anarquistas habían manipulado el evento que en condiciones normales habría sido pacífico, y que eran responsables de desencadenar la ‘violencia’. Un artículo en la portada del San Francisco Chronicle dos días después de los disturbios citaba a un organizador de la manifestación de Fruitvale diciendo que fue llevado a las lágrimas cuando su trabajo fue «destruido por un grupo de anarquistas». Esta peligrosa y manipuladora narrativa oscurece lo que realmente sucedió y porqué, en aquella tarde, en las calles de Oackland se desencadenó una muestra tan poderosa de resistencia y solidaridad que dio a muchos un poderoso impulso de nuevas posibilidades radicales.
Es cierto que había anarquistas presentes desde el comienzo hasta el final el miércoles. En contra de algunas generalizaciones que asumen que todos los anarquistas son blancos, aquellos que estaban allá el miércoles venían de diversos entornos. Participaron en una amplia variedad de formas; desde difundir la convocatoria de la movilización para conseguir una amplia asistencia, a pasar horas pintando pancartas, participando en acciones callejeras militantes, siendo rodeados por la policía y en ocasiones golpeados y arrestados. Entre los más de 100 miembros de la comunidad detenidos hay anarquistas que ahora afrontan cargos que van desde disturbios menores a distintas acusaciones.
La juventud afro-americana componía la mayoría de las personas implicadas en las acciones junto con un buen número de anarquistas así como otros jóvenes de color y gente activista que estuvieron codo con codo. Durante los disturbios, había un sentimiento de unidad en el aire y un ambiente desafiante entre todos los que se encaraban a la policía. Los anarquistas tienden a aparecer en todas las manifestaciones preparadas para actuar si la situación va a más, y este caso no era diferente. Incluso es simplemente incorrecto sugerir que había algún tipo de conspiración de anarquistas de ‘fuera’ que fueron capaces de manipular a la desesperada juventud de Oackland como parte de sus siniestros planes. Esto es una mala lectura paternalista y desalentador de lo que fue, incuestionablemente, un flujo de rabia, liderado por la juventud de color, creando un momento de fortalecimiento extremo para los participantes en las calles. Aquí, se hicieron alianzas temporales mientras que aquellos que estaban motivados a actuar en el momento, experimentaron un intercambio cultural único que trascendió a la fronteras sociales inhibitorias del día a día.
Las acusaciones sobre una absorción anarquista son destructivamente engañosas. En el mejor de los casos vienen de la ignorancia y en el peor, representan una ideología del cambio social defectuosa y divisiva que encarna supuestos paternalistas y racistas sobre aquellos que se implicaron en las acciones. Culpar a los anarquistas de lo que ocurrió es robar a la juventud negra marginalizada y oprimida su capacidad de acción y el poder de resistencia que demostraron aquella noche. También ignora la remarcable diversidad y solidaridad única en las calles que crearon, una experiencia liberadora que va mucho más allá de una concentración o una marcha.
Hubo algunos momentos en que algún anarquista, a nivel individual, intentó influenciar en el curso de los acontecimientos, pero estos ejemplos aún no concuerdan con los relatos que tanto los medios corporativos como algunos organizadores han decidido contar. En ese momento un grupo de jóvenes negros que estaban rompiendo los escaparates de un negocio local se animaron a atacar grandes corporaciones y bancos en lugar de las tiendas de «papá y mamá». Procedieron a hacer simplemente eso. Anarquistas además de jóvenes activos, y animaron a la gente a empujar los contenedores y otros objetos a las calles para prevenir el avance de la policía, una táctica que recogieron y utilizaron. Otros ejemplos de este tipo de intercambio fue cuando los anarquistas sugirieron a los jóvenes que participaban en las revueltas que se pusieran pañuelos para tapar sus caras, se cambiaran de ropa durante los momentos de calma y otras tácticas para ayudar a evitar el arresto o la identificación. Sin duda, el intercambio fue recíproco puesto que los anarquistas sacaron valiosas lecciones en cuestiones de movilidad, evasión, etc, a medida que trabajaban junto con los jóvenes durante toda la noche.
Sin embargo, nada de esto hace suponer que los anarquistas tuvieran algún tipo de control o que por sí solos determinaran los sucesos que ocurrieron. La rabia y energía que transformó el centro de Oakland en un momentáneo campo de batalla llegó de aquellos que se sentían más directamente afectados por el régimen de estado policial racista. Ningún grupo tuvo el control sobre lo que se desarrolló. Fue una rebelion espontánea que se extendió orgánicamente desde las calles de Oakland y, en retrospectiva, los anarquistas jugaron un rol importante pero relativamente menor.
La destrucción de propiedades y la rabia que ardió en todo el centro de Oakland a ratos fue indirecta y acabó dañando algunos pequeños negocios y coches junto con objetivos corporativos como «Sears» y «McDonald’s». Sin embargo, algunos de los momentos más poderosos paralelos a la destrucción, fueron los enfrentamientos con la policía y las concentraciones espontáneas y enérgicas de la gente en la calle que se negaba a ser dispersada. Fue durante esos momentos cuando las consignas de la multitud estallaron, recordándonos a todos aquellos que estábamos presentes cuáles eran las motivaciones de todos aquellos que tomaron las calles aquella noche: que la política directa pide justicia para Oscar Grant y resistencia activa contra el sistema de estado policial racista en los Estados Unidos.
Es importante recordar que ninguna persona fue atacada durante las acciones y no hubo noticias de luchas o refriegas entre los grupos de jóvenes que resistieron a la policía y destruyeron propiedades en la noche. En este sentido, la rebelión no fue violenta. Es perturbador ver cómo compañeros organizadores y miembros de nuestras comunidades han adoptado, sin sentido crítico, la retórica de la derecha en sus confusas denuncias de destrucción masiva de propiedades como «violencia».
Por otra parte, el Departamento de Policía de Oakland, que cada día acosa, intimida y golpea a la juventud de Oakland, estaba dejando salir violencia real, aquella noche. La policía abrió fuego contra la gente con diferentes tipos de proyectiles no letales y en algunos casos, disparó botes de gas lacrimógeno directamente al cuerpo de la gente. Un profesor de Berkeley High fue golpeado en la cara durante el arresto y pasó la noche en el hospital antes de ser llevado de vuelta al centro. Un hombre que tomaba fotos fue atacado por la policía y su casco para montar en bicicleta se rompió mientras le golpeaban. Durante el arresto masivo al final de la noche, 80 personas fueron forzadas por la policía a estirarse boca-abajo en la 20 con Broadway, incluida una mujer muy embarazada que estaba gritando de dolor.
Lo que se manifestó durante la rebelión de Oakland fue un momento de intercambio y transformación revolucionaria que raramente ocurre dentro de los rituales de la izquierda organizada de la Bay Area. Entre los «organizadores de la comunidad» blancos superados por la culpabilidad en una impotente política de servitud, activistas profesionales precupados en informes anuales y ciclos de subvenciones, y las sectas marxistas vanguardistas buscando continuamente la manera de usar la siguiente manifestación como circuito de reclutamiento, algunos radicales se encontraron en un desierto de pensamiento y actividad revolucionaria. Desde este estéril paisaje, es raro encontrar nuevas posibilidades para un cambio social radical mientras se combate el racismo y la constante opresión del capitalismo. Resistiendo a la policía hombro con hombro, destruyendo propiedades (aunque con diferente énfasis), ayudándose los unos a los otros a evadir el arresto, intercambiando tácticas y gestos de solidaridad que atraviesan las barreras raciales empujando el deseo de un movimiento revolucionario multi-racial de aquí en adelante… más de lo que cualquier ponente en una concentración podría jamás.
Los anarquuistas están muy acostumbrados a acusaciones de echar a perder manifestaciones dirigidas cuidadosamente, y en algunos casos es cierto y necesario. La rebelión de Oakland fue una historia diferente. Aquellos que están verdaderamente compromentidos con un cambio revolucionario en esta ciudad necesitan apreciar el significado de lo que se desarrolló en las calles aquella noche y necesitan moverse hacia adelante sin caer en las comunes trampas sectarias.
Este análisis fue escrito en colaboración con un grupo de anarquistas con base fuera de Oakland que juntos estuvieron presentes en todos los momentos durante la rebelión.
* Artículo elaborado por Kara N. Tina y traducido al español por ALB Noticias
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