En este mes de julio se cumplen ya 72 años del inicio de la más amplia y profunda transformación social revolucionaria realizada en la historia de la humanidad.
Los trabajadores españoles – con la CNT y el movimiento libertario en primera fila- se echaron a la calle para oponerse al levantamiento militar, que contaba con el apoyo de los empresarios, la Banca, los terratenientes, la Iglesia Católica, las organizaciones fascistas, los monarquicos de todos los pelajes y el conjunto de elementos reaccionarios del país. En todos los lugares donde el pueblo venció a los sublevados, los anarquistas y los anarcosindicalistas se dedicaron, inmediatamente, a la puesta en práctica de los acuerdos del Congreso de Zaragoza celebrado muy poco antes, en un ambiente de enorme entusiasmo popular.
Los avatares posteriores, y el comienzo de una guerra que duraría casi tres años, dieron al traste con aquel gran experimento de transformación social, que fue amplísimo porque, precisamente, lo llevaron a cabo los libertarios; era la primera vez que – como dijera Emma Goldman- los anarquistas realizaban una revolución total, pues si bien es cierto que se contaba con el precedente de la Revolución encabezada en Ucrania por Nestor Makno, esta fue llevada a cabo casi en exclusiva por campesinos, mientras que en España se realizaron innumerables colectivizaciones en los tres sectores productivos: desde la agricultura o la ganaderia hasta la sanidad o el transporte, pasando por todas las facetas de la actividad industrial.
Aunque, como deciamos, aquella gran epopeya de los trabajadores españoles se fue a pique (y no sólo por la acción del enemigo fascista, sino también – no hay que olvidarlo- por la labor desmoralizante y contrarrevolucionario de los esbirros de Stalin organizados en el Partido Comunista de España), lo cierto es que aquellas experiencias han de ser aprovechadas con vistas al futuro. Si en aquellos momentos era necesaria la Revolución Social (y lo era, aunque su estallido se adelantó porque hubo que hacer frente al levantamiento fascista), hoy lo sigue siendo, tanto o más. En lo esencial, nada ha cambiado, puesto que la explotación económica y la dominación politíca (dos caras de una misma moneda) siguen perfectamente vigentes, ya que continua la división en clases sociales con la que los compañeros de 1936 querían acabar.
Además, los cambios que se han producido han sido cambios a peor; el propio capitalismo ha adoptado la forma del llamado neoliberalismo, que ya no es aquel liberalismo manchesteriano del siglo XIX en el que el Estado se mantenía, al menos aparentemente, al margen del enfrentamiento entre clases, sino que en esta época la burguesía ha conquistado el aparato del Estado, se ha adueñado de él descaradamente, y lo ha puesto a su servicio y en perjucio – no podía ser de otra manera- de los trabajadores.
Si nos paramos a pensar, siquiera un momento, en toda la legislación que está emanando últimamente de ese engendro llamado Unión Europea, llegaremos a la conclusión de que, efectivamente, cuando algo cambia es siempre a peor. No podemos pensar otra cosa cuando vemos que el Parlamento Europeo aprueba por amplísima mayoría la Directiva sobre Inmigración, que permite – entre otras muchas tropelías- el encarcelamiento (cualquier otra denominación es un eufemismo) de un trabajador inmigrante hasta 18 meses, mientras se tramita su expulsión; o la expulsión, por citar sólo otro ejemplo, de los menore no acompañados. Y esta Directiva es sólo el inicio de la puesta en práctica de todo un plan de medidas restrictivas y represivas, ya esbozado por Franco Frattini (actual ministro del gobierno Berlusconi, y no por casualidad) en sus tiempos, aún recientes de Comisario de Interior de la UE. Está claro que ser pobre es un delito; y el ser extranjero se convierte en agravante de dicho delito.
¿Y que decir de esa Directiva sobre la jornada semanal máxima de hasta 65 horas? ¿Las han trabajado alguna semana los que la han redactado?. Muchos no las habrán trabajado en toda su vida de parásitos. Esto es, claramente, la vuelta a la esclavitud más descarnada; sólo tendremos tiempo para trabajar, dormir y comer lo justo para reponer las energías necesarias para seguir trabajando y produciendo para los amos. Y es que al precio que se están poniendo los alimentos – y cualquier otra cosa- no tendremos más remedio que rebajar la cantidad y calidad de lo que comamos, con sus consecuencias sobre la salud y la esperanza de vida.
¿Y qué decir de la subida del precio de los derivados del petróleo? . Todo se achaca a la invasión de Irak (iniciada, es cierto, para hacer grandes negocios con el oro negro; pero nunca se resalta que tres cuartas partes del precio del combustible se lo lleva Hacienda en impuestos; que reduzcan esos impuestos – mejor aún, que los eliminen- y los precios de los portes (y, por lo tanto, de todos los artículos) podrán tener una bajada impresionante. Pero, claro, estamos pensando en una sociedad bien organizado, racional y guiada por la lógica, lo que no tiene el más remoto parecido con la sociedad en la que vivimos, a la que nos presentan como un ejemplo de orden, cuando es la más evidente representación del caos mayor que podría imaginarse, en el supuesto de que en el caos haya grados.
Una cosa parece cada vez más clara: Capitalismo y Democracia son incompatibles. Y nos referimos a la democracia burguesa; no digamos ya si pensamos en la verdadera democracia, que es la democracia directa de las asambleas obreras y populares.
Como deciamos, si la revolución social era necesaria en 1936, lo que sigue siendo ahora mismo, y los enemigos de clase están tensando tanto la cuerda que la acabaran haciendo inevitable. O acabamos con el Sistema o el Sistema acabara con nosotros.