El conflicto en Oriente Medio ha vuelto a recrudecerse, y los ataques a la población civil, con especial incidencia en los niños, son el principal acto terrorista.
Comité Nacional de la Confederación Nacional del Trabajo – Secretaría de Prensa
Sevilla, 11 de agosto de 2006
A la hora de analizar el conflicto de oriente Medio hay cuestiones esenciales y cuestiones derivadas, cuya resolución depende de que previamente se consiga solventar los problemas de base.
Desde tal perspectiva, el problema esencial de la región radica en la existencia de un Estado, como el de Israel, que ocupa ilegalmente desde hace ya casi cuarenta años tierras palestinas, arrebatadas por la fuerza a raíz de la «guerra de los seis días»; el problema estriba en que coloniza las tierras ocupadas, contraviniendo las normas más elementales del derecho internacional, forzando a sus habitantes palestinos a abandonarlas, de grado o por fuerza; el problema esencial es que no se permite el regreso a sus casas a más de cuatro millones de personas, expulsadas de sus hogares a raíz de la creación del Estado de Israel; el problema fundamental se centra en la existencia de un Estado, como el sionista, que mata por miles a los árabes, que mantiene secuestrados en unos ‘Guantánamos’, de los que nadie habla, a decenas de miles de ellos sin que se haya formulado en su contra acusación ninguna, que destruye las casas y las plantaciones de olivos y priva de sus hogares y medios de subsistencia a decenas de miles de personas; el problema clave es la existencia de un Estado, como Israel, de naturaleza racista, cuyos ciudadanos no judíos son discriminados y no gozan de los mismos derechos legales que los sí judíos, al tiempo que ofrece la nacionalidad judía a cualquier habitante del planeta que acredite ser étnicamente judío; en fin, el problema está en que Israel se ha convertido en la punta de lanza de los intereses norteamericanos en esta zona, capital para el control de los recursos energéticos del planeta, al tiempo que grupos sionistas estadounidenses dirigen la política exterior de Washington en función de los intereses israelíes.
En esas circunstancias, es Israel quien no quiere la paz, porque Israel quiere mantener el actual status quo, que tan ventajoso le resulta. Los dirigentes sionistas saben que cualquier paz mínimamente honorable para los palestinos deberá implicar para el Estado de Israel sustanciales concesiones. Es por eso que, sabiéndose más poderosos que los palestinos, no quieren hacer ninguna concesión y no tienen ningún interés en la paz.
Para justificar ese permanente estado de guerra ante su ciudadanía, los dirigentes israelíes no dudan en cometer toda suerte de crímenes horrendos contra los árabes, para así dar lugar por parte de éstos a reacciones violentas que legitimen ante la población israelí la sensación de ser víctimas de una agresión constante de parte de sus vecinos, creando de esta forma el clima de odio, nacionalismo y militarismo capaz de hacer posible anexiones de tierras, desplazamientos de población y toda suerte de injusticias contra los palestinos.
Este es precisamente el clima que se requiere para poder alcanzar el objetivo sionista de un Estado judío, étnicamente puro, libre de árabes y otras poblaciones no judías, cuyas fronteras no se ajustarían a las internacionalmente reconocidas a Israel y que acapararía para sí las mejores tierras y los recursos hídricos de la zona.
Son esos anhelos expansionistas de los dirigentes israelíes y su nulo interés en llegar a una resolución justa del conflicto los que se encuentran detrás del ataque brutal, primero contra Gaza y luego contra Líbano. El resto son verdades a medias o puras mentiras, urdidas para encubrir los problemas de base a que nos hemos referido y para tapar ante la opinión pública de Israel y la opinión pública internacional el lento proceso de anexión de tierras y de silenciosa deportación de poblaciones enteras que son precisas para el logro de las metas del sionismo.
Frente a este sistemático y criminal programa de Israel, los gobiernos occidentales se limitan a callar cobardemente o, en el caso de los Estados Unidos, a dar respaldo militar y diplomático a los agresores, convertidos por la prensa norteamericana, mayoritariamente dominada por los grupos de presión sionistas, en víctimas de un conflicto que no han buscado. Ninguno de esos gobiernos ha sacado la conclusión pertinente de los resultados a que condujo en 1938 la política de apaciguamiento frente a un poder intrínsecamente criminal y resuelto a lograr sus metas a cualquier precio.
Por eso, una vez más se demuestra que, en este como en otros campos, muy poco podemos esperar de unos gobiernos que aspiran tan sólo a mantenerse en el poder, aun a costa de bendecir con su silencio o su apoyo explícito a aquellos que practican la violencia a gran escala, con tal de que los agresores posean la suficiente fuerza como para amenazar y poner en graves dificultades a todos cuantos osen desafiar sus designios.
Hoy, como en los años treinta, tendemos a permanecer cruzados de brazos frente a los crímenes de que son víctimas los demás, pensando que «esa guerra no va con nosotros», sin considerar que cuando vengan a por nosotros ya no habrá nadie que nos defienda.
Es porque no confiamos en que los gobiernos adopten espontáneamente medidas contundentes para parar esta masacre y porque creemos que ello sólo se podrá lograr mediante la solidaridad entre todos los que sufrimos la violencia o la injusticia en cualquier punto del planeta, por lo que hacemos un llamamiento a toda la ciudadanía para mostrar su apoyo a los pueblos de Líbano y Palestina y el rechazo hacia todos los que, por activa o por pasiva, colaboran a que tales crímenes continúen.