La tierra…
Van desgarrando la tierra de su labor ancestral comunitaria, acabando con la esencia de las labores ligadas al medio natural: base y columna vertebral del difícil equilibrio entre el entorno y el sustento, poniendo en peligro con ello los modos de vida tradicionales de una forma interesada y consciente.
La soberanía de la misma tierra donde hemos nacido se entrega a multinacionales de capital privado, lejanas de la realidad social y humana que soportan nuestros pueblos y comarcas.
Se necesita un cambio de rumbo para un renacer necesario, está claro, pero este no puede llegar desde macro proyectos agresivos y contaminantes, sino desde ideas y realidades que se plasmen en la justicia económica,
La naturaleza se pertenece a sí misma, es la raíz de nuestra supervivencia.
La voz…
Llamamos a alzar la voz, la palabra, la solidaridad y el compromiso colectivo.
Los márgenes que tenemos cada vez son más estrechos a la hora de tener capacidad e incidencia para defender lo que nos atañe. El personalismo y los intereses personales se abren paso en la toma de este tipo de decisiones opacas. Pero no hemos de olvidar nunca que el pueblo es la base de cualquier organización social, el pilar de la convivencia y el adalid de todas las libertades que disfrutamos.
Tenemos el deber moral de dejar un legado de futuro y salud a las generaciones venideras, pero sobre todo, tenemos derecho a recuperar nuestra capacidad de decisión y con ella, el control de nuestras vidas.
Hay responsabilidades que no podemos volver a delegar.
Y su gentes…
El progreso no viene a ser aquello ligado a la contaminación, a encerrar a los animales en lugares oscuros fuera de su hábitat, a esquilmar los recursos naturales;… sino aquello capaz de generar paz y prosperidad para todos los pueblos del mundo, dando valor a lo propio, pero también por qué no, al entendimiento entre culturas, a la diversidad, a la fraternidad y al respeto que nos debemos todos los seres humanos más allá de los muros del fanatismo y de la guerra.
La gentes de nuestro mundo rural no podemos consentir que nuestra tierra continúe siendo el felpudo de un modelo económico que nos condena a comer, reciclar, almacenar o respirar basura; un modelo que hace un uso abusivo y privativo del patrimonio común (extractivismo); un modelo que enriquece a unos pocos, usurpa la propiedad de la tierra y condena a la mayoría de la población a una vida indigna fuera de sus raíces (colonialismo); un modelo cuyo último objetivo es impedir el acceso a los derechos más básicos, en el que las personas, como la misma tierra, somos parte y propiedad de su beneficio (neoliberalismo).
Su mundo nos destruye, construyamos el nuestro.