Desde la Coordinadora Antifascista de Valladolid queremos dejar clara nuestra postura con respecto a la polémica racista y anti-inmigración que se ha estado llevando a cabo en nuestra ciudad en los últimos meses. Estas posturas han surgido y han sido azuzadas por partidos y grupos de extrema derecha (en ocasiones disfrazados de obreristas) en referencia a la construcción de un centro de refugiados en el barrio de las Delicias de Valladolid.
Como antifascistas y militantes del anticapitalismo organizado de la ciudad, no podemos dejar de señalar que los discursos racistas y que criminalizan a las personas migrantes son y han sido siempre discursos enemigos del antifascismo. Por ello vamos a tratar de desmontar los tres argumentos que maneja la ultraderecha (la crisis migratoria, la inseguridad asociada a la inmigración y el “choque cultural”), y explicar por qué se trata de argumentaciones falaces, tramposas y reaccionarias que benefician, en último término, a las posturas políticas ultraderechistas y a la maquinaria del capitalismo.
De acuerdo con el último informe del Observatorio de Derechos Humanos de Ca-minando Fronteras, 2023 se salda con 6618 víctimas mortales en las rutas de acceso al Estado Español. La mayoría de estas personas provienen de países intensamente saqueados por el colonialismo europeo y el neo-colonialismo occidental (como la República Democrática del Congo, de donde se extrae el coltán, mineral imprescindible para la fabricación de dispositivos electrónicos), en guerra (como Yemen o Palestina), o que están sufriendo bajo los regímenes autoritarios apoyados por estas mismas potencias occidentales, que tienen intereses en esas regiones (en especial Estados Unidos y la UE). La denominada “crisis migratoria”, por tanto, no es otra cosa que una consecuencia de estas políticas occidentales que destruyen territorios enteros, generan guerras, hambre y miseria, y obligan a la población de dichos países a lanzarse a peligrosos e incluso mortales peregrinajes. Nadie lanza a sus hijos e hijas al mar, a no ser que el mar sea más seguro que la tierra.
Una vez en tierra, si consiguen sortear los peligros del mar, les espera un régimen de “apartheid” en el Estado Español, es decir, un sistema paralelo de marginalización para las personas “sin papeles”, que les priva de derechos políticos y laborales, establece un sistema “penal” específico de CIES y deportaciones, así como una discriminación normalizada por parte de las fuerzas de represión del estado, como cacheos y registros con perfil racial. Es una falacia estadística, histórica y sociológica ampliamente desmontada que la inmigración genera inseguridad en el país de destino, tan solo hay que observar la tendencia a la baja en la cantidad de delitos cometidos año a año.
Lo que sí que genera inseguridad son la Ley de Extranjería, las políticas de endurecimiento de fronteras o los pactos migratorios recientemente aprobados en Europa, que mantienen a millones de trabajadores migrantes en una situación de extrema vulnerabilidad frente a matones, policías y empresarios. Toda esta población migrante relegada a los márgenes legales y sociales sufre el abuso constante por parte de empresarios, que se aprovechan de su indefensión para explotarles laboralmente, de caseros, que les niegan un alquiler incluso teniendo trabajo, o de la policía, que les puede detener y encerrar en CIES (en la práctica, cárceles para migrantes) y deportarles simplemente por andar por la calle.
Como militantes de izquierda y antifascistas, nuestra prioridad tiene que ser defender los intereses de la clase trabajadora en su amplia mayoría, y los trabajadores migrantes forman parte de esta clase trabajadora. No debemos caer en argumentos del “el último contra el penúltimo”, argumentando que las malas condiciones laborales de la población “con papeles” son causadas por una suerte de “oleada de migrantes que vienen a robarnos el trabajo”. Los empresarios se aprovechan de estos discursos en su favor para dividirnos y hacernos olvidar que la única manera de luchar contra el capitalismo es organizándonos como clase.
También se está utilizando la falacia del “choque cultural”, por la que se argumenta que la población migrante importa una cultura que amenaza la hegemonía cultural nativa. Esta “cultura nativa” es una construcción de los nacionalismos y fascismos que reprimen y tratan de sustituir la cultura popular diversa y mestiza, como fue el caso del franquismo, cuyas políticas de hegemonía cultural trataron de hacer desaparecer los distintos folklores, incluido el castellano. La mercantilización también juega un papel fundamental en la desaparición de esta cultura popular, imponiendo una cultura mercantilizada hegemónica e importada de otras potencias occidentales como Estados Unidos, frente a las formas culturales comunitarias, siempre más abiertas al mestizaje.
Este mismo proceso se da con la falacia de las “radicalismos importados”, cuyo ejemplo más claro es la islamización. Bajo el argumento de que hay otras religiones, como el Islam, que se están radicalizando y conformando en sectas militarizadas, se intenta criminalizar a todo un grupo poblacional y acusarlo de terrorista. Sin embargo, no hay más que observar que este proceso de radicalización no es exclusivo del Islam, sino que hay una deriva autoritaria y fascistizante en todo el mundo, en la que se unen regímenes políticos (el más reciente, Milei en Argentina) y sectas religiosas católicas (como los fanáticos que rezan frente a las clínicas donde se practican abortos) o evangelistas.
El antifascismo debe oponerse activamente a esa deriva autoritaria en todas sus formas, con especial énfasis en aquella que nos concierne, que es la fascista española, ya que es la que en nuestros territorios actúa con más fuerza. Si caemos en utilizar una vara diferente para medir distintos radicalismos o derivas autoritarias, caeremos en sesgos racistas y, lo más importante, no atajaremos la raíz del problema.
Por todos estos motivos, el antifascismo organizado de Valladolid se posiciona frontalmente en contra de estos discursos racistas y anti-inmigratorios. Permitir estos discursos en nuestros espacios significaría abrirle la puerta de atrás al fascismo, para que los infecte y los termine pudriendo desde dentro.