El movimiento libertario no ha aportado apenas unas fugaces experiencias en el movimiento LGTBQ. No ha existido nada sólido que nos pudiera servir como referencia.
La así establecida Comunidad Gay, no podrá jamas alcanzar objetivos realmente transformadores si no identifica a su primer y más importante oponente: el patriarcado. Pero, lejos de asumir esto, el rumbo del movimiento LGTBQ oficialista ha ido, y no parece que vaya a cambiar, hacia una mayor institucionalización de los objetivos políticos.
Si algo caracteriza a los movimientos por la liberación sexual es la heterogeneidad de sus activistas, de sus discursos, de sus planteamientos, de sus acciones y de sus necesidades. No hay círculo más diverso que todo lo que rodea a la sexualidad y el género, entonces ¿por qué nos empeñamos en parcializar todas estas sensibilidades, aislándonos los-as unos-as de los-as otros-as, si el trasfondo es el mismo?
Es obvio que los conflictos cotidianos de un gai no son los mismos que los de un-a trans. El primero goza de la posición que lo otorga su propia masculinidad, un privilegio frente a lasos que, además de no ser hombres y por tanto no pertenecer a la categoría del poder, es decir, mujeres, arrastran un agravante aún más peligroso, ser lesbianas o trans. Esta categorización de la “marginación” sexual es obra del poder, pero lo más curioso es que la Comunidad no la ha combatido. Todo lo contrario, ha partido sobre esta premisa construyéndose sobre esta categorización clasista y conservadora.
La Comunidad ha arrasado con la heterogeneidad, ha construido un modelo que podemos definir como homonormativo, homocentrista y homosexista. La Comunidad es sexista, misógina, transfóbica, lesbofóbica y ante todo machista. Ya no es tiempo de escuchar en la calle, desde la calle, lo que nos sucede, nos preocupa y nos afecta. No, eso ya no importa. Importa más quienes van a ser los patrocinadores/as del próximo evento mercantilista. Importa más asociar los intereses lucrativos de una gran fauna de especuladores/ as y explotadores/as rosas, para que su empresas sean más competitivas y a la par nos dicten como debemos ser los-as chicos y chicas de la Comunidad.
De aquella multitud de grupos y asociaciones por la liberación sexual, que surgieron en este país a primeros de los 70’, no queda apenas ni una difusa sombra. Emprendieron una lucha, saltaron los primeros adoquines de las aceras para convertirlos en un arma revolucionaria y continuaron zanjando, abriendo y cavando tan hondo, que ahora estamos enterrados- as, desprovistos-as de cualquier lenguaje y gesto rebelde, transgresor, inconformista y transformador. La denominada Comunidad Gay ha aniquilado lo que, en esencia y por definición, fue un movimiento revolucionario, que buscaba en un primer término defenderse de las discriminaciones y agresiones homófobas tanto institucionales como sociales y, a la par, emprendía un proyecto transformador en la concepción de la sexualidad, la identidad, el género, el deseo y la conquista del placer.
Ahora sí, ya somos una Comunidad con todo lo que ello conlleva: letra pequeña incluida en un contrato aceptado en este escenario socio-político. Ya somos Comunidad y unos-as cuantos-as no queremos pagar ni contribuir con la responsabilidades cívicas de su modelo de convivencia y ciudadanía. Ya somos Comunidad, pero en ese mismo momento dejamos de existir.
De la teoría Queer a la aportación libertaria en el movimiento LGTBQ
Desde el presente, y remontándonos a nuestro pasado más cercano, el movimiento libertario y antiautoritario no ha aportado apenas unas fugaces experiencias en el movimiento LGTBQ. No ha existido nada sólido y definidamente anarquista que nos pudiera servir a los-as no heterosexuales de hoy como referencia o proyecto en el que continuar una militancia y compromiso LGTBQ libertario y, por tanto también feminista. Esta ausencia es obvia y lamentablemente real, quizá parte de esta desgana o falta de atención surja de que el movimiento ha evolucionado a través de un proceso de institucionalización y normalización tan agudo que, en ese camino, los-as unos-as y los-as otros-as nos hemos ido decepcionando. Tanto, que involuntariamente, nos hemos olvidado de que nuestro espacio ha de partir de nosotros-as mismos-as. Esta situación es refleja también con el movimiento feminista que, al oficializarse, tenemos la sensación de que nosotros-as ya no tenemos nada que hacer ni que aportar desde estas luchas. Pero entonces, ¿por qué no abandonamos el sindicalismo y las luchas laborales? Si estas también se han encargado de asimilarlas.
Si algo ha ido proliferando en estos últimos años, y en la que los-as libertarios-as nos hemos sentido más identificados-as y próximos, es la teoría Queer y los grupos que trabajan sobre el desarrollo de ésta. Los grupos que trabajan desde una visión Queer y anarco-queer van surgiendo y aportando, por tanto, ideas muy críticas y constructivas al debate de la sexualidad, la identidad y el género. Pero, por su propia especificidad, carecen de una perspectiva que vaya más allá de la profundización de estos aspectos. No son instrumento válido para conectar con la gente de a pie. Con la gente no politizada o ideologizada que necesita otros referentes que no sean, precisamente, los de esa Comunidad, que nos les aceptara en sus filas hasta que abandonen sus rasgos individuales y se transformen en uno de los muchos clichés lineales y homogéneos que han construido sobre la identidad LGTBQ.
La teoría Queer y los movimientos que la conforman nos son válidos a las gentes que ya tenemos ciertas cosas claras, ciertos conflictos resueltos y buscamos otros análisis, otras realidades, otra interpretación y otra forma de entender y comprender nuestra vida sexual, afectiva y también socio-política. La realidad nos sigue demostrando que hay fases previas que siguen siendo un abismo, como lo es el reconocimiento de la identidad sexual, la atracción del deseo, la confrontación con la heteronormatividad y los conflictos que ello genera. La homofobia en la escuela, la culpa, la doble vida, la falta de identidad y la proyección de ésta en unos esteorotipos que funcionan como un casillero, y en el cual puede que no encuentres tu sitio, son parte de los muchos obstáculos a los que aún tenemos que hacer frente.
Aquí es donde debemos entrar nosotros-as haciendo un trabajo, quizás más básico, pero totalmente necesario. Construir un referente organizativo, antagónico a este escenario basado en la reproducción de roles y valores heterosexistas, de la predominante categorización hombre-mujer y hetereo-homo. Trabajar los diferentes campos de la liberación sexual, desde una óptica libertaria, capaz de ofrecer respuestas a las necesidades y problemas cotidianos. Capaz, por tanto, de ser un instrumento por el cual podamos canalizar todas nuestras inquietudes y ayudar desde la solidaridad a un montón de gentes que necesitan otros referentes. La visibilidad de nuestros deseos es en sí una acción política que rompe con la norma y pluraliza nuestras vidas. ¡Desata tu cuerpo de la norma, átate al placer!
Jose Luis Corrales ha participado en diversos proyectos libertarios de activismo LGTB y es militante de CNT Villaverde (Madrid).
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