L@s trabajador@s somos de nuevo llamados a las urnas el próximo 20 de noviembre. En medio de la inmensa crisis en que nos encontramos, los partidos se afanan en convencernos de que un cambio de gobierno va a poder “cambiar” la situación.
A pesar del paro, que se ha vuelto crónico -toda vez que no se espera una recuperación económica en varios años-, de la penosa situación de los bancos y del mantenimiento de la especulación como base del sistema, una vez más unos y otros vuelven a hablarnos de soluciones “para salir de la crisis”.
Pero las eventuales salidas a la coyuntura económica en la que nos encontramos no dependerán del gobierno que se instale en Madrid el próximo 21 de noviembre. En el entorno globalizado en que nos encontramos, los gobiernos nacionales no cuentan con margen de maniobra para poder emprender acciones individuales frente a la crisis. Más aún, dentro de la Unión Europea, vemos como las decisiones que nos afectan directamente, se cuecen en el auténtico centro de poder del continente, que es Alemania y en menor medida, Francia. Unas decisiones, además, que carecen de contenido social, en las que las necesidades de la población -de los votantes, por tanto-, no son consideradas ni siquiera en último lugar. La prioridad, con carácter absoluto, es evitar una quiebra bancaria masiva ante la imposibilidad manifiesta de los estados europeos de hacer frente a la deuda contraída. Como hemos podido ver con la gestión hecha por Zapatero, los socialistas han tenido que plegarse totalmente a los designios impuestos por el Banco Central Europeo y el eje franco-alemán, llegando incluso a promover una reforma “express” de la constitución para garantizar a los prestamistas extranjeros que el pago de la deuda será una prioridad para España por encima de cualquier otro gasto. Un reconocimiento, expreso, de que los intereses de los poderes financieros estarán situados muy por encima de las necesidades de las personas, vengan como vengan las cosas en el futuro. Este hecho, por si solo, revela la posición en la que se encuentra la soberanía nacional respecto al poder del mundo financiero y da cuenta, de forma explicita, de la capacidad de movimientos con los que cuentan los gobiernos de cada país.
El dinero absorbido -y el que absorberán- los bancos va cayendo a un pozo negro del que no saldrá jamás. El dinero público que está sufragando los inmensos agujeros en el balance de las entidades financieras, no tiene visos de que sirva, ni para reactivar el crédito a personas y empresas, ni para asegurar la propia existencia de los bancos, muchos de los cuales terminarán nacionalizados o fusionados con otros. No obstante, no está en manos de ningún gobierno nacional recortar o eliminar este gigantesco trasvase de capital. La paradoja del liberalismo, por la cual se privatizan las ganancias y se socializan las pérdidas, está puesta sobre la mesa en toda su crudeza. Y ningún gobierno puede soslayar esta “obligación” de socorrer a los bancos, puesto que la baza con la que éstos juegan, es el dinero depositados por los clientes. Manos atadas de nuevo.
Los dos candidatos en liza (PSOE y PP) manifiestan que pueden emprender el gobierno sin realizar nuevos recortes sociales; de nuevo nos movemos en el terreno de la demagogia y de la falta de escrúpulos ante un electorado que necesita escuchar ese tipo de mensajes aunque sepa -a poco que reflexione sobre ello- que son completamente falsos. El PP aboga por realizar una nueva reforma laboral; sería la primera que no trajera nuevos recortes sobre los derechos de los trabajadores. También por realizar una “reestructuración” de la administración pública; dicho en plata, lo que eso significa son despidos en el sector público, los consiguientes recortes en el servicio prestado y más privatizaciones. El PSOE manifiesta que sí tiene las propuestas para salir de la crisis; es absurdo que las tenga ahora y no las tuviera hace unos meses, cuando el candidato formaba parte del gobierno que ha gestionado la situación. “Cada momento tiene su actuación”, viene a decir Rubalcaba, para hacernos ver que lo que no se podía hacer hace cuatro meses, se podrá hacer dentro de dos. Pero la situación es esencialmente la misma, si no peor, por lo que ese mensaje solo puede complacer a aquellos que estén dispuestos a no hacer un examen, levemente riguroso, de lo que ha sucedido en estos tres últimos años. El resto de formaciones políticas de la izquierda institucional, parlamentaria y extraparlamentaria, aún siendo improbable que puedan acceder y alcanzar una cuota de poder en el parlamento, tampoco podrían acometer ninguna de sus propuestas político-económicas, porque ahora más que nunca, es de manifiesta nitidez lo que la CNT venimos denunciando desde décadas: la clase política y sus partidos están al dictado de los mercados, la banca y los intereses económicos.
Los años de bonanza económica del ciclo que terminó en 2007, se debieron en buena parte al uso indiscriminado del crédito por parte de todo el mundo. Individuos, familias, empresas y estados veían afluir el dinero a sus cuentas como por arte de magia, generándose una espiral de consumo -como aquella propaganda bancaria que rezaba “lo quieres, lo tienes”- que hipotecó las vidas de tantos, pensando que esa situación se iba a mantener por siempre. Ahora, que no se puede recurrir a más endeudamiento, ni tampoco fomentar el consumo, porque el dinero se ha evaporado -como números en una cuenta que eran, y no riqueza creada por el trabajo-, nuestros gobernantes tendrán que volver la vista la economía real. Pero cuando miran esa economía lo que ven son empresas mal gestionadas, que defraudan miles de millones al fisco, que quieren beneficios sin inversión -acostumbrados también al anterior escenario, era la época del pelotazo- y cuyo valor está mucho más que sobredimensionado, fruto de los tiempos felices en que la cuentas no se hacían sobre el valor real del producto, sino sobre lo que “podría valer” el producto. Y tampoco aquí tienen margen de actuación.
Con las perspectivas económicas que tenemos, el gobierno que salga elegido tendrá que imponer duros recortes en materia laboral y social, para “ajustar”, como dicen ellos, las condiciones de trabajo, las pensiones, los salarios o las prestaciones públicas al nuevo nivel de “riqueza”, una vez que todos los balances se han desinflado. Pero ya nadie se acuerda, o no parece acordarse, de que esta crisis la creó el mundo financiero, no la economía productiva; que no fueron esos salarios ni esas condiciones de trabajo que teníamos hace tres o cuatro años los que nos llevaron a la crisis, puesto que venían ya siendo “reajustados” por continuas y contundentes reformas laborales, y que en absoluto esas condiciones de trabajo eran ninguna maravilla; no parece recordarse ya que el paro disminuyó gracias a la introducción masiva de la precariedad laboral y eliminando costes sociales a las empresas. Así que como esto ya está olvidado, las empresas habrá que reflotarlas, de nuevo, abaratando el trabajo; más horas de trabajo, meno sueldo, despido y contratación libres, convenios colectivos que no se aplican, temporalidad total y desregulación. Esas son las exigencias de la patronal y sus secuaces, puestas ya sobre el tapete. Y el gobierno que viene no podrá ignorarlas, no por su más que segura sintonía con los empresarios, sino porque es la única manera del capitalismo de reflotarse; distribuir la pobreza entre todos los miembros de sociedad y concentrar la riqueza en aquellos que más tienen. Porque, también habría que recordarlo, los bancos siguen repartiendo dividendos mientras que son “rescatados” por el estado, y en las bolsas, siguen haciéndose inmensas fortunas de la noche a la mañana. Ahí, siguen estando, y lo estarán con cualquier gobierno, los paraísos fiscales o la tributación infima de los grandes capitales, y al mismo tiempo, los abusivos impuestos indirectos o los que se cargan a las rentas del trabajo.
De manera que, como es seguro que el gobierno que salga de las próximas elecciones no va a abandonar el capitalismo, no hay que especular demasiado para darse cuenta de que el camino que siga vendrá dado por lo que determine el capital, en sus distintas versiones y ámbitos.
Por tanto, de nuevo nos encontramos ante unas elecciones en las que los programas vuelven a ser papel mojado, ya que menos que nunca, los que aspiran al gobierno están en condiciones de saber que van a poder hacer mañana.
Como en todas las campañas electorales, las palabras envuelven el mensaje, los lemas fagocitan a las ideas y el escenario se construye como si se pudiera partir de cero, como si se pudieran poner en marcha proyectos e iniciativas que, todo el mundo sabe que forman parte del proceso electoral, pero no de la vida real. Otra cosa es que cada uno quiera asumirlo.
Desde el inicio de la democracia, las campañas y procesos electorales han ido transformando su carácter ideológico en imagen, de manera que a estas alturas, el voto al que apelan los candidatos es plenamente emocional y subjetivo. Paralelamente, los electores han venido reclamando cada vez menos responsabilidad a sus gobernantes, entrando en un círculo vicioso que ha deteriorado la política hasta convertirla en lo que es hoy. Muchos irán a las urnas para que no gane el PP, otros para que no pierda el PSOE, otros porque necesitan creer lo que les dicen unos y otros.
En estas elecciones, el voto de la derecha se concentrará en intentar que el PP gane por mayoría absoluta. Impera la revancha, convertida en el mayor argumento electoral para cualquiera de los dos grandes partidos en liza. Se trata de desbancar al contrario y aposentarse en los dominios del enemigo a cualquier precio. El mensaje se banaliza, reduciéndose a culpabilizar al PSOE de todas las catástrofes habidas y por haber, para lo cual los socialistas han hecho suficientes méritos. Asi este mensaje cala sin tener que profundizar mucho más. No hacen falta siquiera propuestas, porque la gestión del partido en el poder ha hecho el trabajo a sus adversarios. Así, el PP puede esconder bajo el ala sus verdaderas intenciones y su conservadurismo ultramontano.
Los que abogan por votar al PP, sin ser de derechas, manejan el argumento de la necesidad de un cambio de gobierno para cortar el derroche del que han hecho gala los socialistas. Pero el gasto inútil y superfluo del estado no variará porque sea un partido u otro el que esté en el gobierno, como ha podido verse con los gastos militares, los fondos entregados a la iglesia, las rebajas de impuestos a los ricos, las obras faraónicas e inútiles o el dinero que se gasta para poner a la administración pública al servicio del gobierno de turno, sea cual sea el color del partido dominante. Las camarillas de asesores, empleados y demás corte que emplea cada partido cuando llega al gobierno sustituye a la del anterior. Sólo cambian el “amo del cortijo” y sus seguidores. Porque para que en realidad cambiara el concepto de la ética y la decencia de los políticos, sería necesario que cambiara la ética de la propia sociedad, y eso no se conseguirá por el mero hecho de sustituir un partido por otro.
Los partidarios del votar al PSOE, defienden su opción planteando que no participar en las elecciones favorece a la derecha. Es el argumento que llevamos oyendo desde los albores democráticos. Ya no se recuerda –o no se quiere recordar-, que el voto de “izquierdas”, entregado a Felipe González o al mismo Zapatero, ha llevado al poder a un partido que ha ido ejecutando las más duras políticas contra l@s trabajador@s favoreciendo, en cambio, a bancos y multinacionales por encima de cualquier interés social. Para esto ha servido el voto “útil” de la izquierda.
Los que reclaman, en cambio, votar a los partidos a la “izquierda” del PSOE, defienden que ese voto servirá para “presionar”, para que se realicen “auténticas” políticas de izquierdas. Pero cuando estos partidos han tenido opciones de gobierno, junto al PSOE o en solitario, desde las alcaldías a los gobiernos autonómicos, nada ha cambiado. Porque en las “tareas de gobierno”, de nada sirven los brillantes programas electorales, sino la realidad de las múltiples conexiones económicas con los poderes reales establecidas en cada uno de esos ámbitos. Y llegados ahí, los colores y las banderas palidecen y los partidos entran en el “juego” con las reglas fijadas por los que de verdad lo controlan y no con las suyas propias, contando con que éstas fueran diferentes.
Después de las elecciones, por tanto, nos encontraremos en el mismo punto en el que estamos ahora. Por eso decimos que si quieres que todo siga igual, puedes votar. Pero si quieres que las cosas cambien, tendrás que luchar. Ahora se trata de acordar entre todos unas nuevas reglas de juego para que juguemos todos. De recuperar nuestra conciencia de clase, de mirar el mundo no con los ojos del individuo, sino de la colectividad; de conectar nuestros problemas y también las soluciones, mucho más allá de las siglas, los partidos y los bandos que pugnan por representarnos; estamos aquí para representarnos a nosotros mismos.
Esta lucha de la que hablamos, se desarrollará en muchos ámbitos, en el trabajo, en la calle, en los barrios; creando y tejiendo las redes de solidaridad y apoyo mutuo que siempre han caracterizado a la clase obrera y que perdimos con la modernidad y el progreso. Una solidaridad que tendremos que demostrar con nuestros compañeros de trabajo, oponiéndonos a los despidos y a la pérdida de derechos con todos los medios a nuestro alcance y no dando nunca la batalla por perdida; contra los recortes sociales, implicándonos en las distintas luchas existentes y las que se vayan creando; como consumidores, buscando formas de consumo apoyadas en la colectividad y no en las multinacionales, ejerciéndolas de forma responsable y solidaria; como personas, en fin, que nos negamos a ser espectadores del derrumbe del capitalismo y que queremos ser protagonistas de la construcción de una nueva economía y una nueva forma de relacionarnos y de gestionar nuestra vida.
Para la CNT la abstención no es sólo el mero hecho de no votar. La abstención que defendemos empieza con esa negativa a mantener el sistema, pero no termina ahí. La abstención activa es una acción continua que se construye cada día, en todos esos frentes que hemos señalado. Si no delegamos nuestras responsabilidades, es para ejercerlas y no para abandonarlas. La abstención representa, desde este punto de vista, una rebelión contra la colosal mentira de llamar al pueblo “soberano” por el mero hecho de poder designar representantes cada cuatro años; una rebelión contra un sistema político construido para garantizar los privilegios de la clase privilegiada y dominante frente a la masa de los “gobernados”; si el sistema económico que hay detrás de las urnas está basado en la desigualdad y la rapiña, ¿como pueden ser las elecciones algo distinto a eso?
Esa es la abstención que defiende la CNT. Y la promovemos, también frente al voto en blanco o el voto nulo, porque creemos que es la única opción que no legitima el sistema “democrático”. El voto en blanco o nulo muestran una disconformidad que se podría resumir en la idea de que no hay ningún candidato que se merezca ser votado, pero el simple hecho de participar en las elecciones otorga un reconocimiento y una legitimación del sistema representativo. Y es precisamente contra ese sistema político contra el que se posiciona la CNT. Sean quienes sean los candidatos o los partidos, nos oponemos a la farsa de considerar que un gobierno cualesquiera pueda representar la voluntad del pueblo; que el derecho de cada persona a participar en la gestión de los intereses comunes no puede delegarse en unos cuantos, que además, nos llegan ya seleccionados previamente por los que en realidad detentan el poder real. El carácter de protesta del voto nulo o en blanco, sea éste el que sea, queda diluido en la aceptación implícita del sistema democrático que constituye el voto mismo.
El reto que tenemos por delante, no es escoger una papeleta el próximo día 20, sino el de crear una estructura social que nos permita liberarnos del sistema capitalista y éste es un trabajo que no puede afrontar ninguna clase de gobierno. Para esa tarea, la unión es nuestra única defensa y también nuestro único método de ataque. Nuestras aspiraciones no caben en sus urnas.
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