En las pasadas elecciones del 20-N, el Partido Popular, como estaba previsto, se ha hecho con el gobierno contando con mayoría absoluta de diputados en el congreso. No obstante, y también como estaba previsto, esto ha importado bien poco a los “mercados” y por tanto, los especuladores siguen al acecho para conseguir el máximo beneficio de la pésima situación económica de los estados europeos. Pero realmente ¿ha importado el cambio de gobierno a la sociedad española?
Las elecciones no han traído más novedades que el ya esperado cambio de Zapatero por Rajoy. Los cien millones largos de euros que ha costado el “proceso electoral”, bien podrían haber tenido un mejor destino en otro fines. Resulta curioso cómo, después de meses de cálculo de expectativas de voto, pronósticos de resultados y múltiples previsiones de encargo, todavía pueda hablarse de la importancia del “acto de votar”. Hace ya meses que la única duda estaba en saber por cuánto ganaría el PP y por cuánto perdía el PSOE. En este escenario, es irrisorio hablar del “voto libre y secreto”; mucho más oportuno parece hablar de fatalidad ineludible.
Como ya se preveía, el voto que el PSOE consiguió acumular en el primer mandato de Zapatero se ha disgregado en una docena de partidos que aumentan su número de miembros o bien entran por primera vez en el Parlamento. El voto de castigo contra la nefasta gestión del PSOE en los últimos cuatro años, se ha materializado restándole más de cuatro millones de votos que han ido a parar a IU, UPyD, CiU y Amaiur.
Por tanto, puede suponerse que esas cuatro millones de personas confían todavía en el voto, pero han dejado de creer en la propuesta del PSOE, entregando su papeleta a aquellos partidos que les parecían más afines, más simpáticos o menos corruptos o más del terruño. El famoso “voto útil” de otros procesos electorales, carecía de sentido en esta ocasión, puesto que el PSOE salía como caballo perdedor. Un PSOE que se ha mostrado incapaz de suscitar el “miedo a la derecha” de otras épocas, dado que la gente lleva mucho tiempo viendo que la derecha es la clase política, en sí misma, y que ya, cada vez menos, se trata de elegir entre derechas e izquierdas, sino entre unos y otros. Se trataba ahora de escoger a “otros”, sólo por el mero hecho de que era del entendimiento general que debían cambiar los que ya estaban. Los que ahora se felicitan por la presunta ruptura del bipartidismo –vista como “aire fresco” que entra en el parlamento-, en un supino ejercicio de hipocresía política, son los mismos que reclamarán cuando llegue el momento, el voto útil de nuevo para el PSOE.
El PP, por su parte, sólo ha conseguido –a pesar de la gigantesca campaña realizada- aumentar el número de votos en poco más de medio millón respecto a los conseguidos en 2008. Sin embargo, gracias a la añeja ley electoral, su resultado en escaños ha aumentado en 32. Por tanto, a pesar de esa mayoría absoluta, no puede decirse que el PP cuente con un respaldo social mucho mayor que el obtenido en las últimas ocasiones. A pesar de ello, gobernará sin obstáculos –eso sí, con el permiso de los inversores internacionales- durante los próximos cuatro años.
¿Y ahora qué? En el fondo, tanto votantes como no votantes sabemos que las políticas que se ejecuten desde el gobierno no vendrán dadas por los programas electorales, o por la supuesta ideología que nuestros representantes dicen defender. El estado español necesitará en 2012 acudir a los mercados financieros internacionales para conseguir una media de 900 millones de euros diarios para poder financiarse. ¿A quién tendrá que atender? ¿A quienes depositan una simple papeleta una vez cada cuatro años o quienes tienen que evitar su suspensión de pagos? ¿A quiénes favorecerá? ¿De quiénes depende? La sociedad ha votado al PP sin saber –ni querer saber- qué medidas va a poner en marcha, con el pleno convencimiento de que lo que ocurra a partir de ahora depende casi en exclusiva de los avatares de la economía europea e internacional. Y probablemente la gente no ha pedido programas electorales porque no hay compromiso alguno entre el pueblo y sus representantes; no hay posibilidad de exigir responsabilidades a los gobernantes por su acción, más allá de votar a otro distinto. El sistema político, ajeno a los avatares de la sociedad a la que representa, se regenera a sí mismo sin depender de lo que ocurre fuera de los partidos. El PSOE, con su anunciado congreso, buscará una cara nueva para las cámaras y relegará a un segundo –y cómodo- plano a aquellos en los que personalice el fracaso de esta contienda. No necesitará cambiar nada más; después de entonar los mea culpa exigidos por el guión, sólo necesita ampararse en la general falta de memoria y la periódica necesidad de cambio, que se exigirá por el agotamiento de los que ahora mandan. Dentro de unos años, el partido lucirá de nuevo impoluto y dispuesto a acometer un nuevo período de triunfos. El PP, que pagará cara su ambición de poder, sufrirá la impopularidad que acompaña a toda acción de gobierno; después de una o dos legislaturas ocupará el lugar que ahora tienen los socialistas y vuelta a empezar. Como animadores, y para justificar la pluralidad –totalmente supuesta, ya que cualquier gobierno necesita un pacto estable para conseguir la mayoría absoluta, si es que no la posee por sus propios medios-, el resto de partidos parlamentarios puede afrontar un discurso de vaivén según las necesidades del momento –y los beneficios que pueda llegar a conseguir con él- que se queda en el limbo de las palabras, ya que su incidencia sobre la política real es considerablemente escasa, por no decir nula.
Plantear descarnadamente el funcionamiento del sistema es una tarea necesaria. Una gran mayoría sabemos de la certeza de esto que llevamos dicho, aún con los matices que cada cual quiera introducirle, pero nos negamos a aceptarlo. Estamos tan acostumbrados, acostumbradas a aceptar que “esto es lo que hay” que hemos perdido la capacidad de pensar en otra cosa. Cualquier persona, en nuestro entorno personal, laboral o familiar, nos encontramos con situaciones muy similares a la situación a la que ha llegado la política institucional. Aceptar lo menos malo, dejar que pase el tiempo a ver lo que viene, tirar para adelante, intentar seguir a flote, dejarnos convencer por los hechos consumados. Son esas situaciones que, aunque no nos gustan, marchan por su propia inercia, por la costumbre, porque no somos capaces de encontrar un horizonte más allá que nos deje ver las cosas como son. Sería simplista considerar a todas aquellas personas que han votado el domingo pasado como incapaces de darse cuenta de esto que estamos diciendo; porque es vox pópuli, es decir, voz de pueblo, por muy soterrada y descalificada que esté.
Porque después de los resultados electorales, ¿qué nos queda a la gente que tenemos que trabajar día tras día para seguir sobreviviendo? ¿o quienes ni siquiera encuentran trabajo? ¿será más dulce la siguiente reforma laboral? ¿nos importarán menos los derechos que perdemos? ¿qué nos soluciona el “cambio”? ¿nos convierte en algo distinto?. Habrá quienes dirán que esto es pura demagogia; entonces, ¿qué pensarán de los programas electorales? ¿de los discursos políticos? ¿de las declaraciones institucionales? Demagogia es pensar que algo cambiará en este mundo, en nuestro mundo, sin que nosotros, nosotras cambiemos nuestra forma de mirar, de ver y de afrontar nuestra propia vida.
Por eso, más allá de 20-N y de que cada cual votase o no, lo que la CNT propone es un cambio real en nuestra forma de ver las cosas. Que seamos capaces de asomarnos a lo que hacemos, a cómo vivimos, a cómo trabajamos, a cómo nos relacionamos y a qué queremos.
Con frecuencia, en torno a los encuentros electorales, se nos pregunta a los y las anarcosindicalistas qué ofrecemos, qué programa proponemos, cómo se organizaría la sociedad sin gobiernos. Pero la CNT no es un partido político. No hay promesas para hoy y mentiras para mañana. Es la sociedad organizada la que tiene que ir construyendo su futuro. ¿Qué podemos prometer? Trabajo y esfuerzo. Dedicación, horizontalidad y respeto a la voluntad de los y las trabajadoras en la construcción de su camino.
La CNT hoy dice a las y los trabajadores que necesitamos, más que nunca, empezar a mirar lo que durante muchos años no hemos querido ver. Que la relativa comodidad con la que el capitalismo ha comprado las voluntades durante los últimos treinta años, se acaba. Que ningún gobierno nos salvará, que nadie va a soportar por nosotros y nosotras las duras condiciones de vida que tenemos por delante. Y que para afrontarlas, las y los trabajadores necesitamos organizarnos y utilizar las herramientas que siempre han sido el soporte de la clase trabajadora: la solidaridad y el apoyo mutuo.
Es verdad que se trata de creer; pero de creer en cada uno de nosotros, de volver a creer en nosotros mismos. No en personas que tienen su vida asegurada, sus cargos vitalicios, para quienes la política es un juego de poder. Ahora, o cambiamos la visión que tenemos de nosotros mismos, o esa visión se nos llevará por delante y volveremos al siglo XIX. Las y los trabajadores llevamos treinta años aspirando a ser como Mario Conde, como Ronaldo, a pegar un pelotazo, a ser iguales que el empresario que nos explota, si con eso podemos comprar un Audi o conseguir una semana de buffet libre en la playa. Esa aspiración hoy se está acabando para la inmensa mayoría. ¿Seguiremos pensando que para seguir a flote hay que hacer lo que sea, aunque se trate de pisotear la cabeza de quien tenemos al lado? ¿Seguiremos enterrando nuestra dignidad en montoncitos de billetes que ya no tenemos?
Si crees que sí, entonces es inútil que sigas leyendo.
Lo que propone la CNT es creer en la autoorganización de la clase trabajadora. Y ponerla en marcha. Para aprender a resolver los problemas de cada cual de forma colectiva, para no caer en las trampas individualistas del sistema, pero también para proporcionarnos una dignidad que hemos vendido por una televisión por cable. Se trata de apreciar nuestras propias capacidades, no para jugar al fútbol ni para ir a los bares, sino para actuar de forma solidaria y consciente del mundo en que vivimos. Porque la fuerza de las y los trabajadores está en su unión, más allá de sus ideas, sus creencias, o su voto.
Ahora necesitamos introducir la lucha sindical dentro del corazón del sistema. Porque, a pesar de todo, la base de la economía sigue siendo el trabajo y sólo podremos cambiar la sociedad si cambiamos radicalmente el trabajo y la manera de trabajar. Si realmente queremos otra cosa, empecemos por organizarnos en la fábrica, en el taller, en el campo, en el centro de trabajo, sea éste el que sea; quienes no tienen trabajo, en las calles y los barrios; la sociedad en su conjunto, en ateneos y asociaciones libres de todo tipo. Si somos capaces de establecer esos primeros lazos, crecerá por sí sola, sin que nos demos cuenta, la idea de una nueva sociedad y una nueva forma de gobernarse. Y será nuestra. De esa organización, de esa autogestión obrera han de salir la estructura de otra sociedad, otra economía, otra enseñanza, otra salud, otro consumo, otra relación con el entorno; otra vida. No será tarea fácil; tendremos que descubrirnos, cada uno y cada una de nosotras, como punto de partida para que ese proceso ocurra. Porque ese proceso necesita confianza, inteligencia, esfuerzo pero también generosidad. Y manos, muchas manos dispuestas a crear su propio mundo.
Y porque queremos estar en ese proceso, la CNT está en la calle y en la lucha todos los días. No hacemos campañas electorales de ninguna clase. No ofrecemos descuentos ni promociones. No tenemos sindicalistas profesionales, ni liberados. Tampoco queremos el dinero del estado, ni el de las empresas. No tenemos el apoyo de ningún grupo mediático; al contrario, nuestro discurso es reducido al silencio las más de las veces. Y a pesar de todo eso, la CNT hace sindicalismo en las empresas en las que está presente, luchando con todos los medios a su alcance.
Anarcosindicalismo para la defensa de los derechos de la clase trabajadora; fortalecimiento de la idea libertaria para convencer de que es el momento de organizarse y actuar. La CNT se construye, día a día, por el trabajo de sus militantes y para contribuir a ese cambio. Ésa es nuestra fuerza y ése es nuestro programa.