A esto lo llama la corte de expertos «autogestión», pero más bien resulta una puerta a que el sanitario que ya ejerce de empresario paralelamente a su empleo público pueda mejorar el negocio en un entorno de caciquismo. La polémica de la Unidad de Salud Mental en Valladolid y Zamora ya muestra de qué lado cae la lluvia de esta reforma: recortes para la gente, beneficios para empresas.
Años de recetas privatizadoras como ésta sólo se han traducido en que la sanidad se preste en peores condiciones. Ahorros en personal y subvenciones a las empresas farmacéuticas y tecnológicas se traducen en listas de espera. Todos los meses, noticias sobre hospitales colapsados, sobre centros donde los pacientes sólo tienen sus derechos a ratos,sobre pelotazos amparados por los directivos a costa del patrimonio público. Una sanidad destruida al paso fuerte de su venta al mejor postor privatizador, día tras día, mes tras mes, año tras año.
Son muchos los intereses que quieren sacar provecho del sistema de salud: un patrimonio de bienes y servicios acumulado gracias al esfuerzo de la clase trabajadora, tanto la de profesión sanitaria como la que ha producido el excedente que financió el servicio. El Estado tiene las llaves que abren y cierran la entrada a ese patrimonio, y ahora las abre a los inversores mientras las cierra a la gente; trata al sistema como si fuera suyo y lo pudiera vender, pero para venderlo primero nos lo roba a quienes lo hacemos posible.
Hay que buscar cómo abrir las puertas del sistema y llenarlo de personas que tengan algo que defender en él y que se opongan a esas maniobras. Hay que buscar una sanidad a medida de trabajadoras y trabajadores, incluyendo a quienes trabajan en ella.
No es ninguna solución el que las sanitarias se conviertan en empresarias. Tampoco el que los profesionales disputen por diferencias aparentemente científicas, dejando en mínimos a la atención primaria mientras la especializada se llena de juguetes al servicio del encarnizamiento terapéutico. Se trata de tener en cuenta que la sanidad es de todas, también de quienes trabajan en ella, y entre todas y con la participación de todas hay que sacarla adelante.
Desde hace años, Mareas Blancas y otras formas de lucha han intentado parar esta situación. Pero incluso si alguna vez han ganado la batalla del número de adhesiones, no han conseguido frenar los atropellos privatizadores. Hay muchas fotos de filas de manifestantes, pero las listas de espera a las que se arroja a la clase trabajadora sin seguro privado son más largas. Cabe preguntarse si las recetas de lucha que hemos aplicado hasta ahora han sido otra cosa que una capa de rebocina que coge color al calor de una población frita a recortes.
Está claro que limitarse a llamar mil cosas al malvado PP o esperar a algún superman político que nos rescate es gastar pólvora en salvas. No sólo porque los que se oponen al PP para ocupar sus sillones hayan participado de este proceso privatizador, imparable una vez se aceptan las reglas del juego capitalista. Cuando los coches ponen el peligro a las ciclistas no basta con quejarse del guardia de tráfico, hay que cambiar las normas de circulación; del mismo modo, hay que buscar otra sanidad que esté basada en las personas que la necesitan y no en quienes la invaden para exprimirla. No podemos abandonar la movilización en la calle, pues sería como contestar con el silencio a las agresiones que estamos sufriendo. Pero hay que dar más pasos.
Una de las cerraduras enmohecidas que hay que cambiar es el sistema de sindicación corporativo y clientelista, que divide artificialmente a las plantillas y pone la zanahoria tras el palo. El personal sanitario no puede permanecer indiferente a la privatización de los servicios «auxiliares», pues ahí se está cumpliendo el divide y vencerás. La lucha en torno a plataformas comunes es indispensable en un servicio que es único.
Pero la solución del problema no es algo que puedan comerse y guisarse en soledad las personas empleadas por el Estado. Las tablas reivindicativas tienen que tener muchos niveles y las usuarias no han de ser vistas como simples números, tienen que participar en su elaboración. Experiencias como Rebelión Bellvitge o la Asamblea de Usuarios por la Sanidad Pública de El Bierzo y Laciana marcan un camino, y no es casual que en el último caso las instituciones hayan respondido con una intervención policial.
Hemos de tener en cuenta la escuela y ejemplo que suponen diversas experiencias de verdadera autogestión y de apoyo mutuo, aunque sin olvidar que hoy por hoy las experiencias existentes no son solución a corto plazo para las muchas necesidades sin cubrir. Incluso en estas experiencias hay que mantener alta la guardia de una actitud crítica, pues no faltan aquí las ventas de remedios «milagrosos» tan empresariales como las Unidades de Gestión Clínica.
Hemos de manifestarnos y, después de manifestarnos, hemos de juntar cabezas para recuperar con nuestros medios las capacidades que el Estado nos roba. Si no quieres estar clavado en la lista de espera, si no quieres ser cómplice de que tu vecina esté clavada en ella, si quieres ir más allá de la manifestación de turno, #CuentaConCNT.