Editorial de CNT Valladolid para el mes de febrero. Juntemos manos y cabezas para vencer al miedo con que nos quieren someter los medios de comunicación comerciales y los poderes del Estado.
Encender la televisión para verla es apretar un botón para pasar un mal rato: si al verla no te embruteces tendrás que vomitar. Al mal gusto de la publicidad y de los programas comerciales, se añaden los disparates que el telediario llama noticias; día sí y día también policía o fiscales presumen ante sus cámaras de haber juzgado o encarcelado a alguien por haber publicado un tuit, por hacer teatro o por tener un frasco de amoniaco en su casa.
Mientras jueces y policía persiguen ante las cámaras de TV los más mínimos rechazos de esta rechazable sociedad y de sus valores, al fondo asociaciones extravagantes -o “padres ofendidos” o políticos profesionales o seres que mancillan la palabra “periodista” diciendo que ellos lo son- aplauden estas actuaciones de los poderes del Estado; incluso les reprochan quedarse cortos cuando no se condena a prisión incomunicada a alguien que ha compartido un tuit con sus colegas de red social.
Y demasiada gente de la calle da la razón a los voceros de estos disparates represivos. Se diría que vivimos en una sociedad infantilizada, con sus poderes coactivos al servicio de niñatos caprichosos que disimulan su miedo al otro jaleando barbaridades; pero no sería justo usar aquí la palabra «infancia», ya que niñas y niños son las principales víctimas de los sermones y de los presupuestos de gasto aprobados por estos matones que peinan canas.
Cuando un juez abre una causa contra la autora de una pintada todos los focos se centran en ello, agotando el tiempo de emisión que podrían haber dedicado a dar noticia de las violaciones de los derechos laborales que ocurren todos los días en tantas partes. Y si otro juez decide que no hay delito, esto pasa en silencio hasta que la denuncia de la asociación llega a un tribunal superior que, éste sí, “hace justicia” y reprime a una trabajadora que ha dicho al mundo con sus colores lo bien que le vendría cambiar. Sin sentencia alguna, personas como Nahuel pueden pasarse un año en prisión, castigados sólo por haber despertado las sospechas de una inquisición enfermiza.
El problema no está sólo en que la televisión, y la radio, y los periódicos, y las conversaciones de bar estén llenos de mensajes amenazantes hacia la gente inconformista o creativa; el problema es que en cualquier momento cualquiera de nosotras puede conocer de primera mano esta violencia recibiendo una citación judicial con una acusación que le hará creer en el mundo al revés.
Por ejemplo, alguien ha decidido denunciar que el estupendo monólogo de Pamela Palenciano “No solo duelen los golpes” es un ejemplo de violencia de género. De esta manera, la actriz que denuncia el maltrato es maltratada siendo acusada de maltratadora; y haciéndose eco estruendoso de semejante dislate, toda la maquinaría del Estado se pone en marcha malgastando tiempo y recursos para llevar a la autora ante los tribunales. Estos días Pamela Palenciano ha merecido el Premio del Público en unos importantes premios teatrales, de parte de un público sensible; es una buena noticia, pero está por lograr que esa sensibilidad se imponga a la insensibilidad del público de misa diaria que se siente satisfecho con el encarcelamiento de los disidentes.
Pero no es sencillo enfrentarse a este delirio represivo, ya que no llega por casualidad. No es que el Estado esté en manos de derechistas que deliran, sino que el Estado gobierna mejor haciendo que la sociedad marche a paso de delirio mientras le roban el fruto de su trabajo. Que no es una cuestión de personas, sino de estructuras, lo demuestra que cuando los políticos “del cambio” encabezan esas instituciones no se muestran capaces de mantener el tipo ante las embestidas de represión. La única forma, entonces, de apoyar a diez disidentes es juntándonos para ser cien, mil, diez mil disidentes.
Un buen momento para juntarnos es este domingo: se cumple un año desde que un padre aterrorizó a unos niños en un parque haciendo que la policía interrumpiese la representación de la obra de Títeres desde abajo ‘La bruja y don Cristóbal’. Es un buen día para volver a representar la obra: así lo hará Títeres desde abajo en Madrid, y en decenas de ciudades la gente solidaria podrá seguir la representación retransmitida en directo mediante conexiones abiertas al público. También en Palencia y Valladolid podremos asistir a esas representaciones -en Valladolid, además, estrenando la nueva sede del CSA La Ortiga-, y volvernos todas y todos un poco brujas con la bruja de Títeres desde abajo. Un buen día para seguir el camino de resistir con hechos los abusos de poderes formales e informales que resisten contra el cambio.
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