¿La plaga de las subcontratas disfrazada de emprendimiento? ¿Precariedad a los sones de la participación? ¿Participación para quien pueda pagarla? Comentamos en este editorial algunas reflexiones sobre el congreso “La ciudad imaginada” patrocinado por el ayuntamiento de Valladolid.
El problema de qué lejía o qué aguarrás le podrá quitar la costra de mugre vital a Valladolid sigue abierto. Barriles de saliva se gastan sin tasa discutiendo si son mejores los limpiadores industriales o los caseros. El ayuntamiento de Valladolid ha terciado en el debate con la cartera abierta patrocinando una nueva opción: no hay que cambiar la ciudad, sino imaginarla.
Se trata de “La ciudad imaginada”, un congreso patrocinado por el ayuntamiento que a primeros de mes juntó en el Museo Patio Herreriano a un montón de profesionales y teóricos de la participación de aquí y de aculla para llevar a cabo unas “sesiones creativas” con las que aumentar la participación ciudadana y “mejorar la ciudad”. La cosa ha contado con el apoyo de la Cámara de Comercio de Valladolid, que, como es sabido, no deja de fomentar la participación ciudadana de las trabajadoras de su sector conduciendo a eliminar los festivos de su calendario laboral.
Tal implicación patronal en una supuesta actividad pública hace pensar que es al rey dinero y no a la plebe sin blanca a la que se quiere hacer participar. En nuestra ciudad del soterramiento imaginario los portavoces oficiosos del ayuntamiento del cambio gustan de recordar a los electores que se acuerdan de promesas poco cumplidas que “los reyes magos no existen”. La ciudad imaginada y sus subvenciones tienen pinta de aguinaldo que consolará a algunos sectores de la pérdida de regalos de reyes con posibilidades de “emprendimiento creativo” en el sector cultural.
En ese congreso internacional se pronunciaron palabras como “interlocutar”; se diría que la lengua común del congreso era una forma de esperanto que afortunadamente desconocemos. En cualquier caso, la lectura del resultado de las sesiones -una serie de propuestas que parecen fruto de la imaginación de Espinete-, no hace pensar en una inversión seria de fondos municipales ni en necesidades reales, sino en cobertura burocrática de expediente: “Vallacamión”, recolectores de ideas en los bares, el “Arte-facto”…
Tales ocurrencias se han proclamado libres de copyright, “con todos los derechos reservados a aquellas personas que quieran implicarse en su desarrollo”. El problema de tanta generosidad postmoderna viene de que, como no han tardado en recordar las redes sociales, esta apertura de esas presuntas ideas viene acompañada en el tiempo con la proclamación de una herramienta para perseguir las ideas de todas: en estos mismos días se ha puesto en marcha la Ordenanza Mordaza, versión maquillada de las Ordenanzas Antisociales del PP que ya tiene a todos los policías municipales afilando sus lápices de escribir atestado sancionador.
Es clave de la Ordenanza Mordaza y, en conjunto, de la burocratización municipal de la actividad en las calles, permitirla siempre y cuando se cumplan los requisitos que sólo podrían cumplir con facilidad los profesionales del invento, y no desde luego la clase trabajadora en el escaso tiempo en que escapa del yugo de la fábrica, del mostrador o del establo doméstico. La represión que brinda la Ordenanza Mordaza no es sólo para quien no pida permiso sino, en su momento, para quien no lo pida según la norma y sus exigencias burocráticas.
Por una casualidad de esas que no existen, una de las iniciativas promocionadas en La Ciudad Imaginada es una presunta “Ciudad Z”, cuyas actividades ya vienen siendo objeto de convenios con el ayuntamiento. -con al menos trece mil euros de subvención en 2016 (filas 1242 y 1243 del archivo excel Subvenciones y Ayudas 2016)- El lenguaje no es inocente, y la propuesta de la Ciudad Z no fue otra que “convertir edificios abandonados en macrocontenedores de actividad cultural y social”, es de suponer que bajo la gestión de la Z de marras, empresa solvente -no en vano también lleva logos de CaixaBank- que la ofertará sin la competencia de unas calles presuntamente vacías de incontenibles a golpe de multas y precariedad.
Puede parecer que con contener la actividad social y cultural entre muros de reserva india todo el mundo gana en estos tiempos de la llamada crisis: quienes necesitan esas actividades y quienes viven de burocratizarlas. Pero si de hacer actividad social y cultural se trata, conviene empezar por poner en duda tales apariencias, y no sólo porque, como ya sabemos por otras ciudades, este urbanismo alternativo de rehabilitación cultural y de yacimiento de empleo hipster tiene más peligro que una avispa acurrucada en una zapatilla.
No está de más recordar cómo caramelos institucionales del mismo sabor han convertido en décadas recientes a educadores de calle en carceleros y a los solidarios internacionales en doradores de la píldora del ajuste estructural ONG mediante. Fondos públicos para actividades culturales y para sacar de la precariedad a la gente creativa son mejores que fondos públicos para las cofradías de Semana Santa, y no vamos a criticar su existencia; pero han de llegar de manera que ni la independencia de la actividad ni los derechos laborales de quienes forman parte de ella estén en juego. CNT tiene sus puertas abiertas para cualquiera que sienta que sus derechos como trabajadora están siendo negados, también en los chiringuitos creativos; ya lo hemos hecho para otras ciudades y espacios rehabilitados culturalmente a bombo y platillo, como Matadero en la capital del reino.
Hacemos un llamamiento a no pintar la participación con tintes imaginarios o al menos a que sus colores sequen al sol de la realidad, para que así sean una ocasión de fortalecimiento social y no de beneficios privados. La participación ha de ser real, fuera de moldes y desde la base, no un ritual de cara a la galería; y hemos de insistir en ella aunque el ayuntamiento del cambio le quiera poner la mordaza de siempre.
POR UNA CIUDAD MEJOR, ORGANIZATE, LUCHA, Y NO PIERDAS LA CABEZA
Los dibujos que acompañan a este artículo son de Robert Crumb y de Álvarez Rabo
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