Corría el año 1994 y la crisis golpeaba con fuerza. Era ministro de Economía un tal Pedro Solbes y algo había que hacer para recuperar las tasas de beneficio privado. La primera idea, como siempre, fue modificar la regulación de la relación laboral.
La modificación fue profunda : nuevas formas de despido (el despido objetivo, con indemnización y exigencias de justificación menores, y que hoy día es el que más se realiza); legalización de las funestas Empresas de Trabajo Temporal (que ahora quieren sustituir al INEM) ; reforma de los contratos formativos (reduciendo el tiempo de formación teórica y el salario, que pasó a poder ser menor que el SMI); desregulación de las condiciones de trabajo (movilidad funcional y geográfica, jornada, vacaciones, descansos…); modificación de la contratación a tiempo parcial (eliminando la exigencia de que la misma conllevase una reducción horaria determinada con respecto al contrato a tiempo completo, reduciendo su protección social) con especial incidencia sobre el trabajo femenino, al que se quiere dedicar este tipo contractual y que también es especialmente sensible a las modificaciones en jornada, horarios, etc. Cerca de la mitad del Estatuto de los Trabajadores fue ‘tocado’ en una línea general de flexibilización y desregulación crecientes de la relación laboral.
Todo ello representó más poder para el empresariado, capaz de establecer su dictadura sin contestación en el lugar de trabajo, así como la profundización en un modelo productivo basado en costes salariales bajos y especulación. En el año 1995, se afirma, hubo dos millones de rescisiones de contrato. La crisis ha vuelto. Arrecian los asaltos de quienes quieren modificar el mercado laboral para ponerle remedio. El ministro de Economía es un tal Pedro Solbes. Y ahora se nos habla de flexiguridad (o flexiseguridad, según guste). Un nuevo nombre para una vieja idea: flexibilizar la relación laboral, hacerla más maleable para el empresariado, es la consigna principal. De la seguridad, ya hablaremos, nunca se la define demasiado. Lo fundamental de la flexiguridad es eliminar las “rigideces” del mercado de trabajo “favoreciendo las transiciones entre un empleo y otro”, así como la “flexibilidad interna” de las empresas.
La rotación en el empleo convertida en norma. El vórtice neoliberal y capitalista que arrastra a nuestro mundo a sus crisis recurrentes siempre encuentra la misma solución : que las crisis las paguen los trabajadores y las trabajadoras. Mientras se dejen, claro.
* Artículo de José Luis Carretero, profesor de Formación y Orientación Laboral para el periódico Diagonal