Los últimos descubrimientos han destapado una auténtica red en la que se encuentran acusados desde curas hasta obispos.
El niño reveló a su profesora de catequesis y abuela, Iraci Teixeira, todo lo que acontecía en la sacristía desde que cinco meses antes se había convertido en ayudante del cura y relató que “el padre hace conmigo todo lo que hace un hombre con una mujer”. No se había atrevido a contárselo antes a su propia madre, Patricia Teixeira dos Reis, de 31 años, que se enorgullecía de que su hijo hubiese sido elegido para prestar ayuda en la iglesia como monaguillo.
El trabajo de investigación encargado por la curia vaticana y recogido por los enviados especiales del Papa fue guardado bajo secreto de confesión. Pero Istoé también tuvo acceso a parte del documento que recoge que un total de 1.700 curas, aproximadamente el 10 por ciento de los religiosos de Brasil, están relacionados con casos de delitos contra la libertad sexual, abusos de menores y de mujeres.
Asimismo, el estudio destaca que sólo el 50 por ciento mantiene votos de castidad y que en los últimos tres años la pedofilia de sacerdotes católicos de Brasil ha provocado el ingreso de más de 200 religiosos en clínicas psicológicas tuteladas por la propia Iglesia. De hecho, en este mismo periodo de tiempo las denuncias de abusos sexuales practicados por curas en Brasil crecieron un 70 por ciento, según recoge Regina Soares, doctora en la Universidad Pontificia Católica de Sao Paulo, en su libro Desvelando la política de silencio: Abuso sexual de mujeres por sacerdotes de Brasil. Pero el caso del padre Edson Alves no es único. A principios del mes de noviembre el sacerdote Félix Barbosa Carreiro, de 43 años, de San Luis, fue detenido por la policía en el cuarto de un motel acompañado por cuatro adolescentes reclutados por internet. “Sé que otros doce curas hacen lo mismo”, fue lo que argumentó en su defensa el detenido.
Diarios pornográficos
Al menos dos de los religiosos implicados en estos escándalos plasmaron por escrito en sendos diarios sus experiencias más terrenales. Uno de ellos, el padre Tarcísio Sprícigo, incluso recogió en su diario un auténtico manual de comportamiento y uso de pedófilos. El documento formó parte de un proceso seguido por el Tribunal de Justicia de Sao Paulo contra el cura por pederastia. Este diario llegó a la policía por medio de una religiosa, a quien el sacerdote lo había enviado por error y ésta cumplió con su deber de ciudadana y lo entregó.
En sus anotaciones, el cura, de 48 años y residente en la ciudad de Agudos, ahora en la cárcel cumpliendo condena de 15 años por forzar sexualmente a un niño de cinco, describe incluso cómo persuadir a las víctimas. Después de las primeras denuncias contra el cura la Iglesia brasileña lo destinó al interior del país, a Goiás. Poco después fue detenido por abusar de otros dos niños. En estos segundos casos no hay todavía sentencia judicial firme. “Entregué mi hijo al sacerdote,
Otro manuscrito, el del padre Alfieri Eduardo Bompani, de 45 años, resulta todavía más repugnante. Este sacerdote cumple actualmente condena por abusar de niños con edades entre los 6 y los 10 años en un lugar de la región de Sofocaba. Además de mantener un diario, el cura grababa en vídeo las escenas de sexo que practicaba con los menores e incluso la policía capturó las galeradas de un libro de relatos pornográficos que el sacerdote preparaba basándose en sus propias experiencias. Sus víctimas eran niños de la calle recogidos por el propio cura con la disculpa de alejarlos de la droga. El cura describía con toda sordidez de detalles lo que él llamaba 5º diario, las relaciones con menores de Nazaré: “Hace dos días que no encuentro a ninguno. Me masturbo dos veces, siendo una de ellas con V. (seis años). Él me chupó mi… Tomé cerveza y wisky y comí a F. (nueve años), pero no eyaculé”.
La misma investigación realizada por el Vaticano destina una de sus dos partes a tratar específicamente las relaciones entre sacerdotes y seminaristas, lo que signi- fica que los verdugos han podido ser antes víctimas. Una de ellas fue el padre Alberto Mendes, que ya en 2003 promovió una denuncia contra el obispo de Barra do Garça, Antonio Sarto, ya que tras ordenarlo le pidió favores de tipo sexual. Aunque el delito ya prescribió en el código penal brasileño, el padre Alberto deseaba poner en conocimiento de la curia católica lo sucedido hace muchos años y envió una carta al entonces cardenal Joseph Ratzinger, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidente emérito de la Pontificia Comisión Bíblica y de la Comisión Teológica Internacional, ex decano del Colegio de Cardenales y actual papa Benedicto XVI. Su denuncia cayó en saco roto. A pesar de ello, el padre Alberto explicó que en 1988, cuando fue ordenado sacerdote, tuvo una desagradable experiencia con el obispo: “Esa misma noche me llevó a su cuarto, atrancó la puerta e intentó tomarme por la fuerza. Se bajó los pantalones y exhibiéndome sus nalgas me exigía, a modo de agradecimiento, que lo penetrase. A duras penas conseguí escaparme de allí”.