A día de hoy los sistemas democráticos, han conseguido difuminar intensamente la delgada linea del civismo y la violencia, confundiendo así términos y situaciones de cara a la galería, donde son expuestos nuestros derechos guillotinados.
De aquí a hace unos años, se han multiplicado las normativas locales y provinciales que llevan por nombre, del civismo o de medio ambiente. De estas, se han realizado extensos análisis, los cuales han desenmascarado el cinismo del civismo institucional. Para comenzar podríamos sacar varias conclusiones de ese cinismo del que hablabamos, y solamente lo podríamos hacer definiendo las denominaciones de estas normativas. Civismo, un termino muy al uso de la democracia, con el cual excusan la represión que se ejerce contra las gentes de la calle, barrios enteros y movimientos sociales. El civismo ha sido el mayor descubrimiento de la democracia burguesa, la excusa perfecta, la estrategia a seguir para hacer la mayor limpieza de cualquier tipo de movimiento político, social o sindical. Mejor que civismo, seria su civismo, es decir, todo lo que no encuadre en sus marcos legales o constitucionales, de los que tanto hablan, se convierte en incivico y los-as que lo practiquen, en violentos. Con esto queda todo atado, para presentarlo en sociedad. Lo que se refiere a las que denominan de medio ambiente, son la gota que colma el vaso del cinismo, y es que, con estas normativas nos quieren hacer creer que reivindicar nuestro derecho a la calle o realizar propaganda del activísimo político, es contraproducente contra el medio ambiente, y es que ahora resulta que ahora, nosotros-as, somos los culpables del deterioro del planeta.
Como podemos comprobar, solo los términos utilizados por el estado para nombrar sus leyes, ponen al descubierto el sentido de estas, que no son más que el de la represión, más que el del avance del recorte de libertades y derechos que sufrimos, más que la del perpetuar sus sistemas políticos basados en lo limpio, en lo impoluto.
Pero para desgranar un poco más, las consecuencias de estas normativas nos encontramos que el recorte de derechos llega a ser completamente dictatorial y con bastantes parecidos aquel 1984 de Orwell. Se prohibe el reparto de propaganda política, la pegada de carteles, colgar pancartas, la prostitución, la venta ambulante, el patinaje, el arte callejero y tantas otras restricciones para las gentes de la calle. Todo esto, bajo sanciones económicas desorbitadas, con las cuales consiguen o al menos intentan, ahogar nuestras libertades y derechos. Estas prohibiciones aumentan la censura a los movimientos políticos, aumentan el recorte a la libertad de expresión y evidentemente hacen que las calles de nuestros pueblos y ciudades permanezcan limpias e impolutas, sin fisuras, sin otra cara que la institucional, y es así como van destruyendo nuestros barrios. Ciudades como Barcelona o Valladolid han sido las que han sufrido las normativas del civismo más duras, llegando estas a prohibiciones que rozan el absurdo, como no poder colgar la ropa en nuestras terrazas. Otras como localidades extremeñas o los pueblos de la zona sur de Madrid como Leganés o Alcorcón han tenido también su sesión de fascismo institucional y cinismo represivo.
Pero no podríamos dejar escapar la oportunidad de contextualizar estas normativas y enmarcarlas dentro del progresivo robo de derechos ya conquistados hace bastantes años, al igual que no podemos olvidar, el empeño de convertir nuestros barrios y pueblos en ciudades de fashion-diseño, donde solo y exclusivamente el redil del consumo tiene validez. De todo esto tenemos ejemplos, según salimos de nuestra casa, y observamos como el mobiliario urbano inútil inunda las calles, hasta convertirlas en carreras de obstáculos, edificios inmensos que no hacen si no afear nuestra vida y convirtiendo nuestros barrios en fortalezas de la vigilancia, estas y otras medidas de pijización nos hacen sentir ajenos a nuestros ambientes, costumbres y gentes, dividiendo e individualizando la convivencia entre nuestros vecinos-as. Para todo esto y con estos objetivos, los ayuntamientos promulgan las Normativas del civismo y Medio ambiente.
Cuando hablabamos de contextualizar estas normativas, no podemos olvidar el poder del capitalismo y el del «dios dinero». Y es que en tiempos de especulación urbanística y precios desorbitados en la viviendas, las normativas del civismo juegan su baza democrática. El poder que el sector de la construcción ha cobrado en nuestro país, no ha dejado escapar esa manía de ciudades de diseño y no solamente no lo ha dejado escapar si no que en parte son la base de todas ellas. Así vemos que cuando nos referíamos a la pijización de nuestros barrios, nos encontramos que donde se veían tiendas de alimentación, kioscos de prensa o videoclubs, ahora han sido sustituidas por esos escaparates, que dan repelus, llenitos de carteles ofertantes de viviendas inadsequibles, negocios inmobiliarios y más especulación. Vemos como nuestro magnifico litoral se encuentra plagado de campos de golf, balnearios y hoteles de lujo, y sacamos la conclusión de que nuestros barrios y pueblos son acotados y reservados para VIPS. Es así como el capitalismo ibérico, encarnado por el negocio de la construcción, entra en acción.
Tras este panorama, hay pedazitos de esperanza que se levantan contra la imparable modernización VIPS que nos quieren imponer, encontrando ejemplos como el del Parking del Gamonal en Burgos, la Alameda de Hercules barrio de Sevilla o la lucha contra la normativa del civismo en Leganés, barrio obrero de Madrid. Estos y muchos más ejemplos se suceden en todo el estado, como resistencia y defensa de nuestros barrios, nuestras gentes y nuestras costumbres. Y es esta defensa la que puede hacer parar a este tren, en el que solo con tarjeta VIP se puede subir.
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