José María Fernández Paniagua
Periodico Tierra y Libertad nº 208
Si
nos remontamos a la antigüedad, el pueblo chino solucionó sus
conflictos sociales o personales sin intervención de autoridad alguna;
la cultura taoísta, propiciadora de cierta armonía natural y sobriedad,
rechazaba el poder, los cargos públicos y la legitimidad de un hombre
para juzgar a otro.
Pero
la auténtica cuna del pensamiento autogestionario hay que buscarla en
el mundo griego. Max Nettlau consideró que, mientras los grandes
despotismos orientales no llevaron progreso intelectual alguno, el
ambiente del mundo griego, compuesto de autonomías más locales,
permitió el florecer del pensamiento libre; siempre en tensión con os
despotismos vecinos, el territorio griego fundó una vida cívica,
autonomías, federaciones, centros de cultura y numerosos pensadores se
elevaron, con ciertos límites, sobre el pasado. Heleno Saña considera
el humanismo griego el punto de partida de un socialismo virtuoso,
democrático y antiautoritario. La democracia ateniense, con todos sus
defectos, pudo ser el primer modelo de praxis política basado en la
gestión directa del pueblo.
Hay que destacar a Zenón
(342-270 a.C.), fundador de la escuela estoica y creador de una gran
obra que resulta un precedente del pensamiento libertario al rechazar
la coacción externa y valorar el impulso moral del individuo. El
cristianismo, infuenciado por la filosofía griega -y en especial, el
estoicismo-, se organizó en origen en pequeñas comunidades autónomas
que rechazaban la propiedad privada y la esclavitud y practicaban el
pacifismo y el reparto equitativo; con el tiempo, las comunidades
cristianas pactaron con el Estado, traicionando así su orígen autonómo
y libre.
Algunos movimientos religiosos durante la Edad Media, como los anabaptistas,
postulaban ya ciertos principios autogestionarios, antiautoritarios y
de igualdad de clases. Las ciudades libres del Medievo, tan mencionadas
por Kropotkin, no estaban sometidas a ninguno de los grandes poderes
el feudal, el real y el eclesiástico- y defendían el derecho a vivir
de su trabajo al margen de la rapiña de los señores feudales; aunque su
estructura y funcionamiento eran jerárquicos, se regían por ciertos
principios democráticos con asambleas públicas y gozaban de un amplio
margen de autonomía para sus asuntos internos, independientemente de
los poderes públicos.
Con el Renacimiento
llegó una potenciación de la creatividad humana y una mayor
concienciación sobre la libertad; de esta manera, el principio
autogestionario encontró una base para su crecimiento. Se revalorizó la
cultura greco-latina y se combatió el dogmatismo religioso asentándose
las bases para el humanismo. Entre los siglos XVI y XVII, pensadores
como Tomás Moro, Tomaso Campanella y Francis Bacon indagaron en la
sociedad autónoma ideal, de espíritu emancipador aunque con algunos
elementos represivos e irracionales.
Tomás Moro
se anticipó a Proudhon en señalar la propiedad privada como un robo, un
acto de expropiación por parte de los nobles o ricos a los pobres.
Desgraciadamente, estas utopías, al igual que la de Platón en el mundo
griego, no primaban la libertad y el valor del individuo sino que
contemplaban el todo sacrificado a las partes; era el germen del
socialismo autoritario, aunque como elementos positivos hay que señalar
el intento de dar una visión racional y la confianza en la ciencia.
Pensadores
como Grotinzs y Spinoza, en la primera mitad del siglo XVII, superaron
la visión feudal y la monarquía absoluta y asentaron la idea de la
soberanía del pueblo, del pacto social basado en el derecho y la razón.
Serían los ingleses los que darán forma al liberalismo y a la
democracia moderna, especialmente John Locke a quién corresponde la
siguiente frase: “Todos los hombres son por naturaleza libres, iguales
e independientes”. Esta visión de Locke, la que considera al gobierno
como un producto del contrato o pacto voluntario suscrito por una
comunidad de hombres libres y considerando la vida, la libertad y la
propiedad como inalienables, dominará el siglo XVII.
Pensadores como Montesquieu, Rousseau o David Hume, y revoluciones como la americana (1776) o la francesa
(1789) pueden considerarse resultantes del pensamiento
liberal-democrático. La ilustración francesa prestará más atención a la
igualdad y a lo social que la tradición inglesa, más atenta a la
libertad individual del hombre. Rousseau describió una sociedad
política basada en la potenciación y desarrollo de los buenos instintos
inherentes al ser humano.
El
viejo mundo encontró una fuerte proyección en Norteamérica, que fue
fecunda durante los siglos XVIII y XIX en espíritus inconformistas como
Jefferson, Thoreau y otros muchos. Sería injusto criticar a todos estos
autores mencionados como lacayos de la burguesía, que se convertiría
muy pronto en clase dominante, y hay que situar su pensamiento en el
momento como representante del progreso y la libertad. Es inevitable
mencionar también a Emmanuel Kant (1724-1804), uno de
los grandes filósofos de la historia, pensador influenciado por la
Ilustración y que tanto legado dejó en aras de una libertad integral
del hombre, una libertad que supone la emancipación definitiva basada
en la igualdad y la autonomía.
Nace el anarquismo
La
autogestión y el socialismo libertario son de total asimilación por el
anarquismo y pueden considerarse complementarios, o resultados, el uno
del otro. La tradición del socialismo antiestatista podemos iniciarla
con William Godwin (1756-1836), autor del primer gran
libro libertario, así considerado por Nettlau: “Disquisición sobre la
justicia política y su influencia en la virtud y felicidad de la
gente”, en 1793.
En
él está presente el espíritu de autogestión al considerar que todo
miembro de la comunidad deberá participar en su administración y
decidir sobre las cuestiones que les afectan. El también inglés Robert
Owen ( 1771-1858 ) fue continuador en este afán autogestionador y
consagró su vida a la proyección de formas de organización social que
respondieran a las necesidades racionales del hombre y fomantaran sus
instintos comunitarios y cooperativos. Otro gran precursor es Charles
Fourier (1772-1837), el cual poseía una gran confianza en la fuerza de
las ideas y en la racionalización de la pasión humana. La asociación
ideal concebida por Fourier es el falansterio, formado por 1.500
personas, con características eclécticas, socialistas y
antiautoritarias, y apoyada en la gestión voluntaria y autónoma de los
grupos de base; la producción es, a la vez, industrial y agraria con
predominio de ésta última. Confiaba Fourier en que el espíritu
societario se elevaría por encima del individualista y se reprimirían,
de esta manera, los instintos egoístas.
Proudhon
(1809-1865) es el gran teórico, y puede ser considerado el verdadero
creador del principio autogestionario. Sus principales características
serán el federalismo, el anticentralismo, el mutualismo y el
cooperativismo; postulaba por talleres autogestores a nivel productivo
y por el federalismo a nivel político. Consideraba la sociedad como un
equilibrio entre fuerzas libres con iguales derechos y deberes y en
donde la iniciativa y responsabilidad individual será primordial. La
concepción autogestionaria de Proudhon está apoyada, como lo está en la
visión anarquista general, en su amor por la libertad y pasión por la
justicia social y sentido de la igualdad. La apropiación de los
instrumentos de producción industrial debían ser realizadas por
cooperativas obreras que tomarían decisiones democráticamente y
asegurarían a sus miembros una participación de beneficios proporcional
a la contribución que hiciesen por medio de vales de trabajo; las
cooperativas estarían relacionadas entre sí en base al intercambio y a
la libre concurrencia y se regularían mediante pactos que darían lugar
a una gran federación. Las asociaciones obreras de producción, brotadas
espontáneamente en Francia a lo largo de 1848, eran para Proudhon el
auténtico “hecho revolucionario”. La inspiración cooperativa, tan del
gusto de Proudhon, se remonta a Owen y su más entusiasta seguidor en
España fue Fernando Garrido; en los años de la llamada Gloriosa
Revolución -que derrocó a la monarquía de Isabel II- se fundaron varios
centenares de cooperativas que funcionaron con éxito. En la Primera
Internacional, a pesar de la desconfianza marxista y gracias a la
influencia de los seguidores de Proudhon, se aceptó la cooperativa no
como medio revolucionario sino como ensayos obreros para aprender a
dirigir sus asuntos y conveniente para la preparación de la clase
trabajadora así cómo refuerzo de sus lazos de solidaridad.
Discípulo de Proudhon, en gran medida, es el gran pensador anarquista y hombre de acción Mikhail Bakunin
(1814-1876). Consideraba el Estado como la objetivación del principio
de mando, fuente de la injusticia y la deformación moral. Apostaba por
la organización de abajo arriba por medio de la libre federación de
individuos, asociaciones, comunas, distritos, provincias y naciones de
la humanidad.
Continuador de Proudhon y Bakunin y gran exponente del socialismo antiautoritario es Piotr Kropotkin
(1842-1921), partidario de la abolición de la propiedad y el salario
que darían lugar al comunismo libertario, reino de la abundancia en
manos de toda la sociedad, donde se dará satisfacción a las necesidades
subjetivas de todos los individuos. La base ética de esta sociedad está
expuesta en su obra “El apoyo mutuo”, donde trató de demostrar
científicamente que el instinto de solidaridad está, entre todas las
especies incluida la humana, tan desarrollado como el instinto de
competencia o destrucción. Creía Kropotkin en la capacidad el hombre
para organizar racionalmente su vida en unión de otros hombres sin
intervención externa alguna; atribuía a prejuicios, producto de la
educación e instrucción, la necesidad de gobierno, legislación y
magistratura por doquier.
Al
inglés William Morris (1834-1896) se le pueden encontrar algunos puntos
de unión con el anarquismo. Polifacético artista de gran influencia en
la sociedad victoriana, ensayista y activista político, rechazaba la
acción parlamentaria y abogaba por un sindicalismo de base libertaria,
mezclado con elementos medievalistas -consideraba que los artesanos
medievales debían ser elevados a la categoría de artistas-. Odiaba el
capitalismo como sinónimo de explotación y consideraba -al igual que el
crítico John Ruskin- que la felicidad solo puede partir del trabajo no
alienado; combatiría la especialización y la división entre trabajo
manual e intelectual, actitud suscrita también por los anarquitas.
En
la Asociación Internacional de los Trabajadores (A.I.T.) -creada en
1864-, el espíritu autogestionario estuvo representado por los
seguidores de Proudhon y Bakunin. Los españoles acogieron este espíritu
plenamente, aunque empleando el nombre de federalismo, con la
socialización de todo medio de producción y plena autonomía de los
productores; una enseñanza integral para ambos sexos era fundamental
para terminar con las desigualdades intelectuales así como acabar con
la división del trabajo.
La
tradición autogestionaria de Proudhon y los internacionalistas
libertarios hizo nacer el movimiento sindical denominado
anarcosindicalismo, con gran repercusión en Francia (C.G.T.) y España
(C.N.T.). Fernand Pelloutier (1867-1901) fue un gran
teórico del anarcosindicalismo al que veía como laboratorio de las
luchas económicas, alejado de las competiciones electorales y
partidario de la huelga sin límites; una organización libertaria y
revolucionaria alternativa a los partidos colectivistas, destructora de
su influencia, propiciadora de la adecuada formación moral,
administrativa y técnica de los trabajadores y dispuesta, al fin, para
asumir los instrumentos de producción y crear la sociedad de hombres
libres. La concepción autogestionaria es, así, parte de la dimensión
anarcosindicalista. En el congreso fundacional de la CNT, en 1910, ya
se admite el sindicalismo como organización capaz de contrarrestar la
potencia de las diversas clases poseedoras asociadas pero no como
finalidad social ni ideal sino como medio de lucha en el presente para
continuar hasta la emancipación de toda la clase obrera cuando su
fuerza numérica fuese suficiente y existiese la adecuada preparación
intelectual. Estas premisas del anarcosindicalismo, autogestionarias y
emancipatorias, no han perdido su validez en absoluto;
desgraciadamente, las circunstancias actuales son muy diferentes a
aquellas en que la clase obrera engrosaba las filas anarcosindicalistas
de manera masiva y es perentorio analizar al máximo la sociedad actual
para buscar nuevas vías y respuestas.
El primer tercio del agitado siglo XX
En
1910, un grupo de intelectuales situados en torno a la revista New Age,
de 1907, empezaron a exponer un nuevo tipo de socialismo
antiautoritario llamado “Guild Socialism” o socialismo gremial, versión
sajona del sindicalismo latino con algunos elementos medievales
idealización de artesanado y los gremios- y pacifistas. Gracias a su
tradición liberal, la desconfianza inglesa de toda dirección
gubernamental dio lugar a esta forma de socialismo donde la producción
debía estar controlada por los trabajadores en sus diferentes ramas
organizadas en gremios. Rechazaban toda burocratización de los
servicios sociales, apostando por la descentralización, el pluralismo
así como la alegría del trabajo y la participación. Sin embargo, la
emancipación total del Estado no se daba ya que éste, en última
instancia, cuidaba las funciones de interés general; aunque se ha
definido como un federalismo económico, el socialismo gremial no
parecía apostar, hasta sus últimas consecuencias, por la plena
autonomía de las cooperativas de producción.
En la Revolución rusa, los soviets
o consejos de fábrica tuvieron en origen un fin autogestionario que
podía responder, en gran medida, a la tradición comunitaria del mir
comunidad rural-. Ya en 1918, los bolcheviques habían convertido los
soviets en instrumentos de partido en su proceso de centralización y
burocratización.
El movimiento insurreccional de Ucrania
(1918-1921), inspirado por libertarios, creó comunidades agrarias
libres, basadas en la autogestión, el apoyo mutuo y el espíritu
igualitario; cada miembro de la comunidad trabajaba según sus fuerzas y
las funciones de organización eran confiadas a quien tuviera capacidad
para ello y, una vez cumplida esta tarea, estos camaradas se
reincorporaban al trabajo común. Kronstandt (del 1 al 18 de marzo de
1921) fue dirigido por anarquistas y comunistas de izquierda
desengañados por el nuevo régimen bolchevique que había supuesto una
nueva forma de despotismo; en su primera asamblea, se exigió la
libertad de prensa, de reunión, amnistía para los presos políticos,
abolición de la policía política, supresión de los privilegios
bolcheviques y una práctica democrática a todos los niveles; en una
asamblea posterior, se eligió un Comité Revolucionario Provisional, con
15 miembros, cada uno de los cuáles se hizo cargo de la dirección de
una de las ramas de actividades de forma parecida a la Comuna de París.
Otro foco antiautoritario en la revolución rusa fue la llamada
“oposición obrera” -con Alejandra Kollontai como una de sus figuras-,
corriente democrática opuesta al centralismo y partidaria de la
autonomía sindical; se exigió que la economía rusa pasara a ser
dirigida por los propios trabajadores a través de los sindicatos. Todos
estos movimientos fueron aplastados por la apisonadora bolchevique.
En
los años 20 y 30, se asiste a cierto eclipse del pensamiento
autogestionario debido al auge del fascismo y a la estalinización del
comunismo internacional.
Las colectividades libertarias españolas
Durante
la Guerra Civil, tuvo lugar en la zona republicana -especialmente, en
Cataluña, Levante y Aragón- un magno ensayo autogestionario que
demostró que la vida económica y social puede desarrollarse sin las
instituciones gubernamentales. Diego Abad de Santillán afirmó que, al
principio, fue un acto espontáneo por parte de obreros y campesinos sin
que ninguna organización libertaria marcara las directrices. En cada
lugar de trabajo se constituyó un comité administrativo y directivo,
integrado por los hombres más capaces y de mayor confianza: obreros,
expertos, ingenieros, etc. A las pocas semanas, existían en pleno
funcionamiento una economía vigorosa, social y comunitaria, una primera
regulación del trabajo y de la producción auténticamente obrera y
campesina.
Gaston
Leval atribuye la experiencia autogestionaria a la fuerza del
movimiento libertario y en especial a la C.N.T., que supieron crear,
junto a las masas, las nuevas formas de organización económica; otras
experiencias, con presencia mayoritaria de otras tendencias, al
comprobar que los “locos sueños anarquistas” se hacían realidad, no
hicieron más que copiar el modelo libertario. Daniel Guérin negó
cualquier represión o adhesión forzosa a las colectividades; la
preocupación anarquista por la libertad individual así lo demandaba. En
general, los campesinos reticentes a la revolución iban uniéndose a
ella al comprobar los beneficios de la economía autogestionaria. No
existió uniformización general en la forma de organización, algunas
colectividades practicaban el comunismo integral y otras el
colectivismo. Gracias a una Caja de Compensación regional o comarcal,
donde se contabilizaba los respectivos ingresos de las colectividades,
las comunidades ricas ayudaban a las más pobres; los administradores de
la Caja eran nombrados por la asamblea general de delegados de las
colectividades. Los equipos de utensilios, maquinaria, así como los
técnicos, eran usados en común y prestados por las diferentes
colectividades; grupos de expertos técnicos -contables, agricultores,
peritos comerciales para las exportaciones…- estaban al servicio de
todos los pueblos. Santillán insistió en la diferencia con otras
experiencias autogestionarias en la historia ya que las colectividades
españolas entrelazaban su existencia, sus intereses, sus aspiraciones
con los de la masa campesina entera y con la industria en las ciudades,
resultando un vehículo idóneo de cohesión entre campo y ciudad. En el
ámbito de la cultura y la instrucción, se fundaron miles de escuelas e,
incluso, en Moncada (Valencia) se creó una Universidad para la
formación de técnicos agrícolas. Muchas zonas quedaron al margen de la
autogestión, pero al menos, existió control obrero en bancos y empresas
extranjeras o con fuerte capital foráneo.
Los
días 14 y 15 de febrero de 1937 se creó la Federación de Colectividades
de Aragón, con cientos de pueblos colectivizados; el auge aragonés de
la revolución pudo producirse gracias a la presencia de milicianos
catalanes de la CNT-FAI que acudieron a defender la zona. En la zona de
Levante, gracias a los recursos naturales y al gran espíritu creador,
la obra autogestionaria fue sólida y perpetuada en el tiempo. Hay que
resaltar el carácter integral de la colectivización agraria comparada
con las urbanas e industriales llevadas a cabo por los sindicatos; en
las zonas agrícolas, el sindicato pierde su razón de ser al no existir
el patrono. La colectivización industrial tuvo su foco en Cataluña,
donde fueron socializadas las fábricas de más de 100 obreros; las de
más de 50 podían socializarse si así lo pedían las ¾ partes de la
plantilla. Los ingenieros y el personal técnico administrativo
colaboraron por lo general. En cada fábrica, taller o lugar de trabajo
se crearon organismo administrativos elegidos por el personal obrero,
administrativo y técnico. Las fábricas de la mismo industria se
asociaban en el orden local y formaban la federación local de
industria; la vinculación de éstas formaban la federación regional y
éstas pasaban a la nacional. La vinculación de las federaciones daba
creación a un consejo nacional de economía. A pesar de su éxito, la
desconfianza y final boicot se produjo en gran parte del bando
republicano. La hostilidad más encarnizada vino por parte de los
comunistas y el ministro de Agricultura, Uribe, boicoteando la obra
autogestionaria desde el gobierno; la legalización de las
colectividades no persiguió otra cosa que arrebatar a la autonomía
obrera el control de las mismas.
Otras experiencias afines
Kibutz
significa en hebrero “reunión” o “unión”; se designaba así a las
colectividades agrarias de cierta envergadura. Este ensayo comunitario
se desarrolló parejo al movimiento sionista al estar extendida la idea
del colectivismo agrario en cuya tradición de influencia cabe citar al
mismo Tolstoi, e incluso, hay quien sostiene, que el pensamiento de
Kropotkin pudo tener influencia en la construcción del primer kibutz
siendo, incluso, intensificada durante los años 20; a partir de la
década siguiente, con la integración de los kibutzim en la construcción
y asentamiento de la comunidad judía en la tierra de Israel, influyó
mayormente el marxismo y la socialdemocracia.
En
el kibutz, la propiedad y los medios de producción son comunes, a
excepción de los objetos de consumo; aunque la base es agrícola también
se genera la producción artesanal y fabril. No existe el salario
aunque se acabaron aceptando voluntarios del exterior con retribución-
recibiendo cada miembro lo que necesite del fondo común; la instrucción
es, a la vez, intelectual y manual procurando que haya una potenciación
de la vocación y actitudes profesionales de cada persona. La
organización se basa en la asamblea general, el órgano ejecutivo
nombrado por ella y las comisiones encargadas de atender cada
respectiva rama de actividades. Hay que mencionar su trabazón, en
origen, con la construcción del Estado de Israel por lo que la
identificación con los valores anarquistas fue debilitándose con el
tiempo. Hoy en día es un tanto por ciento muy pequeño de la población
israelí la que vive en el kibutzim aunque su aportación económica es
proporcionalmente mayor; su influencia política es prácticamente nula y
poco queda, con algunas excepciones, de los principios autogestionarios
que los originaron.
En
Yugoslavia, y como parte de la lucha de Tito contra Stalin, se
introdujo en los años 50 un modelo que sólo se puede considerar como
cogestión entre el Estado y la clase trabajadora; aunque las empresas y
la organización económica eran, a priori, jurídica, económica y
productivamente independientes, estaban, en última instancia,
subordinadas a las directrices de la Liga de los Comunistas y del
Estado.
En 1951, Acharya Vinoba Bhave
amigo y discípulo de Gandhi- crean en la India el movimiento
“Gramdan”, antiautoritario y no violento, basado en comunidades
autónomas agrarias al margen del Estado, regidas por asambleas
generales que solventaban los conflictos sin autoridad gubernamental
alguna.
Otras
experiencias autogestionarias limitadas, y finalmente anuladas, que a
menudo se mencionan, son las de Argelia, decretada por ley después de
la descolonización francesa y muy pronto controlada por el Estado, la
de Checoslovaquia, en los primeros meses de 1968, que sería aplastada
por los tanques del Pacto de Varsovia, o el desarrollo que tuvo la
revolución cultural china, muy diferente a la rusa, pero en la que, a
pesar de cierta tradición comunal y antiautoritaria, hubo numerosos
atropellos y coacciones y la consiguiente sumisión a los intereses del
Estado y del partido.
Para
finalizar este recorrido por un tema que abarcaría demasiadas páginas,
decir que no es la autogestión un concepto exclusivo del anarquismo,
pero sí ha sido el movimiento libertario el que con más fuerza ha dado
sentido al principio autogestionario de manera integral, en el campo
político, económico o social. Para que términos como libertad y
democracia no se conviertan en conceptos y hechos relativizados -no
puede haber definición más completa para ambos términos que la gestión
directa de las personas en los asuntos que les atañen-, como se
esfuerzan en que asimilemos las estructuras jerarquizadas, resulta
urgente la renovación del principio autogestionario en estos tiempos de
progresiva globalización.
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