Este camino hacia otro modelo de sociedad, hacia otro sistema productivo, amable, sostenido, que ponga en el centro la vida de todas, esta lucha de las compañeras, es una lucha que conjuga las demandas básicas del movimiento feminista. Un día como este demostramos la necesidad de organizarnos.
La fuerza social de los últimos 8 de marzo han supuesto un punto álgido para la larga lucha de los feminismos de clase: un movimiento diverso, anti-capitalista, con capacidad transformadora y de actuación, que reta a esta sociedad estratificada. Por eso el neo-liberalismo ha soltado a sus monstruos.
La feminización de los cuidados, de algunos sectores laborales y de la pobreza son indicadores de que existe una doble condición de discriminación desde lo laboral y lo social. La solución a la crisis de cuidados, a raíz del acceso de la mujer al mercado laboral en la década de los 70, ha consistido en generar mano de obra barata y explotable, en muchos de los casos migrante.
Los datos que arrojan los estudios sobre el impacto de los recortes en los presupuestos de la última década, aseguran el empeoramiento de las condiciones de trabajo, que el 85% del empleo destruido estaba ocupado por mujeres y que somos nosotras mayoritariamente quienes hemos vuelto a suplir las funciones de los servicios públicos, suponiéndo esto mayores dificultades a las mujeres con diversidades funcionales o que viven en el ámbito rural, con menos acceso aún a los recursos. Pero además, la búsqueda del beneficio y la mercantilización de lo básico se traduce en una constante privatización de los servicios y, por tanto, en peores condiciones laborales, produciendo en las mujeres mayor precariedad y empobrecimiento.
Las últimas reformas laborales disminuyen las posibilidades de conciliación de la vida familiar y laboral rompiendo definitivamente con el criterio de corresponsabilidad. Las mujeres ocupamos puestos de inferior categoría y retribución al llevar, precisamente, el mayor peso de la conciliación.
Además de centrarnos en el presente, necesitamos proyectar hacia el futuro: la brecha en las pensiones, más alarmante en lo que a las de jubilación se refiere. La herencia de la no conciliación se traduce en pensiones más bajas, o incluso inexistentes cuando se ha trabajado mucho pero no se ha podido cotizar, haciendo a muchas mujeres dependientes económicamente.
Tampoco están pudiendo cotizar quienes se tienen que enfrentar a la discriminación laboral por una expresión de género disidente y no hegemónica. La homofobia y transfobia son una realidad en el mercado laboral.
Muchos son los retos, pero también los éxitos y experiencias:
Las Kellys, las camareras de piso: con reivindicaciones en constante revisión que empezaron a organizarse en 2014 y en 2020 pueden decir que han hecho evidente la necesidad de su lema: “Organízate si no quieres que te organicen”. Hoy queremos aprovechar para hacer referencia a una nueva campaña: #MeTooLaboral para visibilizar los abusos laborales a los que somos sometidas.
Otra experiencia de la que aprender es la de las profesionales que trabajan en las residencias para personas mayores, centros de día y pisos tutelados de Gipuzkoa; que en 2017 cumplieron 370 días de huelga y movilizaciones convocadas por el sindicato ELA, y aún hoy en pie para cambiar el convenio colectivo del sector y seguir mejorando sus condiciones laborales sin conformismos.
También, la huelga de las trabajadoras de Bershka en Pontevedra que tras nueve días de paros arrancó mejoras salariales y de conciliación laboral a Inditex y la de las empleadas de residencias de mayores en Bizkaia, que tras 370 días de huelga lograron la firma de un nuevo convenio colectivo con reducción de la jornada y mejora del salario.
En CNT no promovemos un “feminismo de cristal”, que se preocupa de la paridad en los puestos directivos y obvia las condiciones laborales de las que se encuentran en el barro. Tampoco queremos limitarnos a poner un precio a las tareas de cuidados, que creemos que no debe ser algo meramente mercantil o monetario, ya que se traduce en inmovilizar la distribución actual del trabajo y va en contra de la idea de redistribución del cuidado. Cuando sólo nos centramos en la esfera remunerada no logramos alterar demasiado nuestro rol como mujeres.
Desde el anarcosindicalismo ponemos el foco en la transformación de la sociedad y en la importancia de organizar el trabajo socialmente necesario para sobrevivir al colapso del capitalismo y construir una economía racional y al servicio de las necesidades de las personas y su entorno.
Organizadas somos más fuertes.