Nos asesinan y maltratan hombres, hijos sanos del patriarcado. Porque nos dicen que son excepción, que son enfermos, pero no. Son hombres que saben muy bien el daño que hacen cada vez que insultan, humillan, golpean y asesinan, siempre con la complicidad de las instituciones capitalistas y patriarcales.
La violencia contra las mujeres está en las instituciones, en los medios de comunicación, en las calles, en los centros de trabajo, en nuestro entorno cercano, en la pareja.
En los curros, sufrimos mayor temporalidad y parcialidad, cuando no exclusión del mercado laboral, mayor abismo en la brecha salarial, aumento de las situaciones de acoso laboral y sexual, sobredimensión de la carga de trabajo de cuidados de mayores y de menores…
En todos estos niveles de violencia no podemos olvidar a quienes son golpeadas más duramente: las rurales, las mujeres migradas, las racializadas, las presas, las trabajadoras sexuales, las mujeres trans y personas no binarias, las psiquiatrizadas…
Se nos sigue considerando inferiores y como tales se nos trata: nos quieren calladas, cosificadas, sumisas, precarizadas, al servicio de un sistema capitalista y patriarcal, que jamás se sustentaría sin la violencia a la que se nos somete.
El problema no es si los asesinos y maltratadores pasan más o menos años en prisión. Ese es un debate estéril, porque la raíz de la violencia patriarcal está anclada en todas y cada una de las instituciones, y no señalarla ni hacerla frente nos lleva a seguir perpetuándola.
Consideramos que el feminismo institucional es un fracaso en sí mismo para las aspiraciones de liberación de la clase obrera en su conjunto, que carece por completo de legitimidad para representar los intereses de las trabajadoras. Nos quieren imponer el silencio frente a la lucha en la calle contra la violencia sexista y contra toda forma de explotación que les haga caer de sus sillones de poder.
Resulta desolador ver cómo desde ciertas posturas y posiciones de poder político, con su discurso rancio y retrógrado, se intente, en nombre del supuesto verdadero feminismo, abrir debates que ponen en entredicho los derechos humanos. Debates que intentan expulsar de la lucha feminista a las personas que sufren y, en muchos casos de manera más violenta, las opresiones de género, silenciando su voz con discursos vacíos y argumentos falaces. Las personas trans asesinadas contabilizadas ascienden a 327 a nivel mundial en el último año. De ellas más de la mitad eran racializadas y/o trabajadoras sexuales. Ahora y siempre: Las mujeres trans, la interseccionalidad y la disidencia de género no son una amenaza para el feminismo.
Otro tanto ocurre con determinadas posturas abolicionistas, obligándonos a posicionarnos en un tema donde no hay solo blancos y negros, sino una enorme gama de grises, y porque ante todo son trabajadoras.
Necesitamos debates, revisar nuestros privilegios y sobre todo escuchar a las mujeres implicadas, que al final no dejan de ser las que sufren las consecuencias.
Por todo ello, reivindicamos que esta jornada de lucha se caracterice por la combatividad contra la estructura patriarcal y contra la economía capitalista.
Construyamos comunidad, redes fuertes de solidaridad, asambleas, colectivos donde nos cuidemos entre nosotras.
Pongamos las bases de una nueva sociedad sin explotación y desigualdad social, y destruyamos las relaciones de poder, sumisión y subordinación. Porque seamos mujeres o disidentes de género, sobre todo, somos clase obrera y trabajadora.
No seréis olvidadas mientras la lucha continúe.
Por el fin del heteropatriarcado
Nos tocan a una, nos tocan a todas