A pesar del tiempo transcurrido, entre aquella época y la actual se pueden destacar dos grandes similitudes y una diferencia fundamental.
Este 19 de julio se cumple el 75 aniversario de la Revolución Española de 1936. Setenta y cinco años desde aquel verano en que los trabajadores se echaron a las calles, no sólo para defenderse del golpe de estado propiciado por el fascismo, sino para luchar por su futuro, en el que vislumbraban una sociedad distinta basada en la igualdad, la solidaridad y el apoyo mutuo. A pesar del tiempo transcurrido, entre aquella época y la actual se pueden destacar dos grandes similitudes y una diferencia fundamental.
Hoy, al igual que entonces, el gobierno sigue siendo una marioneta de los intereses de los poderosos. En aquel julio del 36, el gobierno republicano se negó a entregar las armas a los trabajadores para defenderse aun conociendo la gravedad del golpe de estado, demostrando que temía más al pueblo armado que a los fascistas. Hoy, estos socialistas, como ridículos aprendices de Maquiavelo, ceden al chantaje del poder financiero y legislan para explotar y empobrecer aún más a los trabajadores. Entonces, al igual que ahora, los gobiernos siguen sin escuchar al pueblo al que tan indignamente representan.
En el verano del 36 también el paro era acuciante, cerraban multitud de empresas, los sueldos eran de miseria y mucha gente pasaba hambre, algo que estamos volviendo a ver de nuevo. El capitalismo de aquel entonces, unido a sus apéndices naturales, ejército –para controlar los cuerpos- e iglesia –para controlar las mentes-, entrevió en la organización de los trabajadores un claro peligro para sus intereses, razón por la que no dudó en utilizarlos para masacrar a sangre y fuego al pueblo español. Hoy día, los capitalistas no se llaman ya fascistas sino “mercados”, y a pesar de que la clase obrera desilusionada e inerme no supone una amenaza a sus intereses, presionan para reducir salarios y derechos laborales o eliminar los servicios públicos más básicos con tal de asegurar sus ganancias en el futuro. Sus ejércitos son accionistas y sus púlpitos los medios de desinformación. Especulando en las bolsas condenan a la muerte o a la pobreza a millones de personas en todo el mundo o arruinan países enteros. Ahora, al igual que entonces, indiferentes al sufrimiento y la necesidad, siguen extendiendo la explotación y la precariedad para mantener sus privilegios.
En cambio, la diferencia primordial entre las dos fechas es la conciencia de la clase trabajadora. A pesar de muchos años de represión y penalidades, los trabajadores en 1936 estaban organizados. Los sindicatos estaban llenos de trabajadores y llenos también de ilusiones. Trabajadores y trabajadoras que no acudían a los sindicatos sólo a conseguir mejoras económicas, sino que querían otra forma de vida, otra economía, otra forma de relacionarse. Salir de la miseria, pero no sólo de la material, sino también de la espiritual. Y de hecho, lo consiguieron. En medio de la guerra contra un ejército profesional, los trabajadores, además de hacerles frente, consiguieron hacer realidad sus aspiraciones a través de las colectivizaciones de los medios de producción que se llevaron a cabo tras aquel 19 de julio y que siguen siendo un ejemplo único en la historia mundial.
Hoy, la CNT no sólo se opone al capital y al estado, sino también a la pasividad de los trabajadores. La clase obrera del siglo XXI se debate entre el miedo y la desorientación, incapaz de encontrar el sentido del asociacionismo, sin conseguir ver más allá del día en que vive. El individualismo, como herramienta del poder, sigue imponiendo su ley. Muchos trabajadores admiran a sus patronos explotadores, justifican sus atropellos y sueñan con imitarles para escapar de la miseria.
Romper esa situación es hoy la tarea más importante que tenemos por delante los militantes de la CNT. Hacer de nuestros sindicatos un lugar en que los trabajadores aprendan la solidaridad y el apoyo mutuo, como primer paso para crear una alternativa a esta sociedad injusta y sin sentido. Un lugar que permita conectar el espíritu de los que lucharon aquel 19 de julio con los que hoy tienen sus mismos problemas y sus mismos enemigos. Para mostrarles el anarcosindicalismo como manera de mejorar sus vidas pero también como ética personal y colectiva. Para buscar ese mundo nuevo que seguimos llevando en nuestros corazones.
Porque a pesar de todos los medios de control, la sociedad comienza de nuevo a llenar las calles y las plazas. Hoy igual que ayer, hemos de continuar nuestra tarea sin ceder un ápice en las ideas ni en la práctica, seguros de que la perseverancia y el trabajo con lealtad y honradez han de despertar la conciencia de la clase trabajadora y contribuir a revivir ese espíritu del pueblo.
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