Este 1º de mayo de 2020 realmente hay poco que celebrar y sin embargo tenemos mucho que denunciar, porque la clase trabajadora no vamos a permitir que los muros impuestos apaguen nuestra voz.
Es difícil celebrar desde el confinamiento, con la angustia en el cuerpo por ser una más entre esas personas que sufren ERTEs inciertos, suspensiones de empleo, EREs, o que sin más han sido despedidas y no tienen derecho a prestaciones ni ayudas. Es difícil celebrar teniendo en mente las personas que han enfermado o muerto por esta epidemia.
En estas semanas de confinamiento hemos visto como la policía y los militares ocupaban nuestras calles y nos requerían el “salvoconducto” empresarial, o nos sometían a interrogatorios para saber de dónde veníamos y a dónde íbamos. Salir de casa para prestar ayuda a una vecina estaba cuestionado y así hemos conocido a los fascistas de balcón de nuestros barrios. Un empresario como Amancio Ortega, que se ha enriquecido con la explotación brutal de la clase trabajadora, recibe aplausos y bendiciones eclesiásticas por destinar parte de sus plusvalías a la compra de material sanitario y EPIs de los que hay carestía, porque no olvidemos, llevamos una década de brutales recortes. Y el recorte mata.
Bajo una enfermedad que nos amenaza de muerte, el Estado da vía libre a los carroñeros y la banca afila sus garras para endeudar a quien pueda y no le quede otra para poder sobrevivir.
Nos han vendido que somos iguales ante esta pandemia, que tenemos el mismo enemigo y que nos afecta por igual, sin distinción de clase. Burguesía ricachona, empresarios, realeza, trabajadores y trabajadoras todas a una contra el enemigo común. Mentira ¡Mentira evidente!
La posibilidad de enfermar no es la misma para quien posee casa, que para los sintecho; no es igual poder resistir a un encierro teniendo recursos para comer, que quien solo come si sale a la calle. Detectar la enfermedad en fase temprana ha sido un privilegio reservado a unos pocos, únicamente para las castas políticas y para la casa real.
¿De verdad somos todos iguales ante esta pandemia? ¿Alguien se lo cree aún?
Ese discurso falaz de la igualdad y de la necesidad de un sacrificio común y colectivo, solo ha pretendido mantenernos dóciles, encerrando a parte de la población y obligando a trabajar a otra en pro del sostenimiento de la economía, sin importar las bajas ni las vidas, porque si un esclavo muere se pone a otro. Ha sido utilizado para intentar hacer “patria” y sacarnos al balcón a aplaudir, que si los aplausos cotizaran el personal sanitario habría recuperado las condiciones laborales previas a los recortes.
En esta crisis sanitaria se ha evidenciado por una parte, los estragos que los recortes han provocado en la sanidad pública, con reducción de personal y recursos materiales en hospitales y ambulatorios, y por otra , su importancia como pilar fundamental para nuestra salud. Al mismo tiempo hemos visto que la sanidad privada no sirve en casos de emergencias sanitarias, porque para ellos la salud es un negocio, no un derecho. Y en lo que a la sanidad se refiere no puede ser un negocio nada, ni siquiera la limpieza o la elaboración de comida, servicios por lo general externalizados y en manos privadas. Las grandes empresas de la limpieza han estado mandando a sus trabajadoras, mujeres casi todas, a limpiar hospitales contaminados sin los EPIs necesarios, que sus empresas deberían proporcionarles con carácter regular.
Viendo las condiciones laborales en nuestra sanidad pública, carente de guantes, mascarillas, batas… Sorprende ver las diferencias cuando el estado despliega a sus luchadores de élite. Aquí se aprecia que hay clases y clases de combatientes, a quienes se cuida y a quienes no importa sacrificar. Los militares aparecen enfundados en EPIs, desinfectando, patrullando… sin que falten trajes, máscaras ni guantes.
El drama vivido en muchas residencias privadas de la 3ª edad no se ha producido en las Residencia Públicas. En las residencias privadas falta espacio, faltan profesionales y sueldos dignos, pues su objetivo no es cuidar sino enriquecerse con las penurias de la vejez.
¿Seguimos pensando que somos “un todo uno” e “iguales”? ¿Qué estamos en la misma lucha?
Si hay un sector en el que se ha evidenciado claramente el sesgo social de esta pandemia es dentro del sistema educativo, con la puesta en marcha de la “tele-enseñanza”. Una década de recortes en educación no han impedido que el profesorado haya dado el do de pecho teletrabajando, ofreciendo al alumnado la posibilidad de continuar sus estudios desde casa y no perder el curso ni su aprendizaje, alargando sus jornadas, atendiendo dudas individualmente… e incluso poniendo en marcha los mismos sistemas de teletrabajo, que ha servido para evidenciar la realidad y las diferencias sociales: familias sin recursos, otras con carencias pues los alumnos no disponen de los medios suficientes para seguir las clases ya sea por no disponer de internet o por verse obligados a compartir equipos con el resto de miembros de la familia (hermanos en otros cursos, padres teletrabajando….). Las diferencias territoriales también han quedado patentes, pues gran parte del medio rural carece de la cobertura necesaria para continuar con la formación telemática de sus niños y niñas.
A esto hay que añadir que muchos alumnos además se encuentran con más desigualdades al tener beca de comedor que han perdido ahora o ayudas para los estudios.
No somos todas iguales como llevan tiempo haciéndonos creer. Las clases sociales existen y estamos en guerra.
El empresario, el capital, no ve más que piezas, peones que se sustituyen por unos, por otros, y sí, “el sistema capitalista” nos ve como “esenciales” porque sin nosotros, sin la clase trabajadora, no podrá obtener beneficios ni enriquecerse. Nos engañan cuando dicen que el sacrificio lo hacemos todos y que es por el bien común. Solo buscan minimizar pérdidas y que el engranaje siga funcionando sin que nada cambie después de esto.
Esta pandemia está dejando claro que quienes sostenemos el mundo somos la clase trabajadora. Somos el corazón del mundo. Capaces de tejer redes de apoyo mutuo entre iguales, la clase trabajadora es la que produce y genera los bienes palpables que la sociedad necesita. Somos los pequeños ganaderos y agricultores, somos las migrantes que recogemos los frutos de la tierra, somos las cuidadoras, somos las cocineras, las limpiadoras, las tenderas, somos los transportistas, los panaderos, las costureras…., somos “la mal pagá”, los peor retribuidos y la gran maltratada por reformas laborales y los recortes neoliberales. Somos el personal sanitario, el docente, el investigador, la científica… Somos las artistas, músicos, actrices, escritoras, inventoras…
La clase trabajadora somos quienes podemos cambiar el mundo con nuestra capacidad de hacer y crear, para avanzar hacia una sociedad igualitaria y justa.
Unidos, tendremos que enfrentarnos a los abusos laborales cometidos por los empresarios al hacer EREs y ERTEs, y habrá que luchar para evitar el empobrecimiento de una gran parte de la población.
Que la crisis no la paguemos de nuevo los de abajo.
Tenemos que ser capaces de crear un frente común contra el capital y sus finanzas especulativas.
Debemos fortalecernos como clase trabajadora y ser conscientes de nuestro valor y capacidad para transformar el mundo.
¡DEFENDAMOS NUESTROS INTERESES DE CLASE!
SOMOS EL CORAZÓN DEL MUNDO.
ORGANÍZATE Y LUCHA
CUENTA CON CNT